Con solo cuatro años, esta niña es sabia. Y lo es porque, como decía Confucio, se maravilla de las cosas más triviales: un castillo hinchable, una tarde de parque o una tarta de cumpleaños. ¿Como cualquier niño? No, mucho más. Esto es así porque Valentina nació con síndrome de Williams (SW), una característica que no tiene la gente corriente, esa que, según el maestro chino, solo se maravilla de las cosas insólitas.

Su carácter extremadamente sociable y espontáneo ha resultado ser muy interesante para el estudio de la genética, y numerosos investigadores han fijado ahora sus ojos en ella y en el resto de niños y adultos que sufren la enfermedad, llamada rara porque se da solo en uno de cada 7.500 recién nacidos. Aún no lo sabe, pero Valentina podría ayudar a descifrar muchas de las claves genéticas del comportamiento humano.

[image id=»91580″ data-caption=»La actividad física y el juego al aire libre forman parte de la rutina diaria de Valentina. El ejercicio ayuda a prevenir contracturas, dolores musculares y malas posturas, muy comunes en esta enfermedad. Valentina disfrutó a lo grande hace unos meses posando como modelo para una colección de ropa infantil.» share=»true» expand=»true» size=»S»]

¿Somos nuestros genes? Esta pregunta casi filosófica, que está en primera línea de la discusión científica hoy, tiene algunas respuestas enredadas en la doble hélice de los nacidos con síndrome de Williams. El doctor Julián Nevado, responsable de Genómica del Instituto de Genética Médica y Molecular del Hospital Universitario La Paz de Madrid, nos explica la génesis del SW y nos ayuda a esclarecer por qué se ha convertido en un objetivo crucial para la ciencia: “Todo comienza en ese instante en que tiene lugar la división celular que da origen al espermatozoide en el varón o al óvulo en la mujer, la meiosis. El intercambio de material genético que ocurre en ese momento entre los cromosomas 7 acontece de un modo desigual, causando una rotura con pérdida genética en el cromosoma que va al óvulo o al espermatozoide”.

A Valentina le diagnosticaron SW a los pocos meses de vida aunque, según nos cuenta su madre, Teresa, el padre, pediatra de profesión, empezó a sospechar desde las primeras semanas al advertir en la niña ciertos rasgos preocupantes: “Tenía sus grandes ojos hinchados, el iris estrellado y no fijaba la mirada. Sufría problemas en la cadera y prolapso rectal”. Son rasgos asociados al SW que el padre de Valentina conocía. “Nuestro presagio se confirmó meses después con una prueba genética”. Teresa, que ahora es vicepresidenta de la Asociación Síndrome de Williams de España, cuenta que su embarazo transcurrió con absoluta normalidad, pero en otros casos ya se detectan malformaciones en el corazón antes del nacimiento. Esto está permitiendo el diagnóstico prenatal de la enfermedad en los controles periódicos.

Miguel del Campo (genetista): “Cuando un paciente entra en consulta, parece como si viniese alguien de la familia”

Es algo que pasa al azar. De pronto, ocurre algo diferente a lo previsto. De hecho, la probabilidad de recurrencia en gestaciones sucesivas en la misma familia es muy baja. El riesgo es el mismo que para el resto de la población: 1 de cada 7.500. Pero si el progenitor tiene ya SW hay un 50 % de posibilidades de transmisión a los descendientes.

“Lo que los científicos queremos ver ahora es qué se pierde exactamente en ese momento de deleción (pérdida) en el cromosoma 7, concretamente en la región 7q1123, un área con algo más de millón y medio de nucleótidos que implica a 26 o 28 genes, y cómo repercute en nuestra personalidad o modo de actuar”, explica Nevado.

La molécula del amor

En una jornada sobre investigación de SW, celebrada en el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, el genetista Miguel del Campo explicaba que cada vez que recibe a un paciente “parece como si viniese alguien de la familia”. Y este es precisamente uno de los primeros rasgos que han llamado la atención de los investigadores del comportamiento humano.

La soprano Gloria Lenhoff no puede leer una partitura, pero canta ópera en 25 idiomas diferentes. Solo necesita oír una o dos veces una pieza para recordarla

Julie Korenberg, profesora de Genética Pediátrica en la Universidad de Utah (EE. UU.), dio en 2009 con uno de los genes afectados por deleción en el SW y el primer candidato a justificar esa personalidad intensamente cariñosa o el exceso de confianza con los demás. Concretamente es el gen GTF21, que juega un papel importante en la regulación de la oxitocina, la hormona que se segrega en momentos de cariño entre padre e hijo. “Cuando aumentan los niveles de oxitocina, las amígdalas –el centro del miedo– se relajan y se genera una necesidad de acercamiento hacia los demás. Pero si falta el gen GTF21, esta hormona se eleva a niveles inusuales y la sensación de amor se desboca, originando una especie de fiesta perpetua en la que el paciente desborda empatía, efusión y generosidad”.

El envés del autismo

El neurólogo Oliver Sacks conoció algunos casos en un campamento de verano y los catalogó como una ‘especie hipermusical’: “Todos parecían extraordinariamente sociales y curiosos y, aunque no conocía a ninguno de ellos, al instante me saludaron con la mayor cordialidad, como si fuera un viejo amigo o un tío suyo. Se les veía locuaces y efusivos, me preguntaron por el viaje, si tenía familia, cuáles eran mis colores y mi música favoritos. Ninguno de ellos se mostró retraído, e incluso los más pequeños, de una edad en la que casi todos los niños son tímidos o se cohíben delante de los extraños, se acercaban, me cogían de la mano, me miraban intensamente a los ojos y charlaban conmigo con una desenvoltura impropia de su edad”. Hay quien lo define como incapacidad de marcar una distancia sana.

[image id=»91581″ data-caption=»Valentina tiene dos hermanitos pequeños, un niño y una niña. La probabilidad de recurrencia en la misma familia es muy baja.» share=»true» expand=»true» size=»S»]

Si la tesis de Korenberg resulta definitiva, algunos laboratorios ya estarían pensando en la oxitocina como tratamiento prometedor en el autismo, un trastorno que, según Nevado, podría considerarse la cara opuesta del SW, ya que sus pacientes muestran extrema aversión social.

De momento, el modelo se ha replicado en ratas, mutando el equivalente del gen GTF21, y el resultado es que, en lugar de esquivar a los depredadores, estas los buscaban como si quisieran disfrutar de una fiesta con ellos. Cuando introducían un nuevo ratón en la jaula, era recibido con un entusiasmo inusitado.

¿Es esto suficiente para explicar las constantes muestras de afecto de Valentina o de otras personas que, como ella, tienen este síndrome? Para el genetista de La Paz habría que desarrollar una labor mucho más minuciosa que profundice en esa relación entre fenotipo y genotipo: “La investigación para identificar genes relacionados con ciertos comportamientos no ha hecho más que empezar”, recalca.

Uno de los últimos hallazgos llega de un trabajo conjunto entre varias universidades, entre ellas la de Princeton y la de Oregón. Su objetivo era analizar cuánto hay de genético en la actitud de un perro cuando salta a tu regazo y no para de darte lametones como expresión de cariño. Los investigadores recabaron estudios genéticos y de comportamiento de 16 perros y de 8 lobos criados en cautiverio, educados para ser sociables, y tomaron un fragmento de su ADN que incluye 29 genes. Su primera observación es que los genes asociados con este comportamiento amistoso, GTF2I y GTF2IRD1, son precisamente los que están asociados con el SW en humanos. Para Bridgett von Holdt, biológa evolutiva de Princeton y una de las autoras de este estudio, es un primer paso para seguir hallando las bases genéticas del comportamiento complejo.

Aunque son muestras pequeñas, los genes identificados son buenos candidatos para empezar a entender la hipersociabilidad.

Genes guerreros

También en la personalidad violenta se ha encontrado una mutación de los genes MAO y CDH13, a los que podría achacarse la causa de la agresividad. Estos serían esos “genes guerreros” que determinarían el carácter impulsivo y temperamental que caracteriza a algunos individuos. Es, además, una deficiencia tan común que podría afectar a hasta el 20 % de la población. Por una parte, el gen CDH13 contribuye al desarrollo de las conexiones neuronales del cerebro y se asocia con el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). El primer gen, el MAO, se encarga de metabolizar la dopamina, sustancia vinculada con las emociones fuertes, según la guía Genetic Home Reference.

[image id=»91582″ data-caption=»Cuando toca fiesta, es la primera en participar. Le encanta colaborar en los preparativos, eso le hace sentirse importante.» share=»true» expand=»true» size=»S»]

Incluso la soledad podría ser otro de esos rasgos biológicos complejos con una base genética. En la Universidad de California en San Diego (EE. UU.), el equipo del psiquiatra Abraham Palmer se ha encargado de revisar los datos genotípicos y fenotípicos de 10.760 individuos mayores de 50 años, seleccionados del Health and Retirement Study, un estudio longitudinal sobre salud, jubilación y envejecimiento. Han detectado que entre un 14 % y un 27 % de la tendencia a la soledad podría achacarse a rasgos heredados y no solo al ambiente.

Algunas variantes genéticas relacionadas con la madurez de la personalidad y el desarrollo cerebral podrían ser también decisivas en la edad de inicio de las relaciones sexuales. El equipo de investigadores de John Perry, de la Universidad de Cambridge, (Reino Unido), llegó a esta conclusión después de realizar un primer análisis con la base de datos de un biobanco británico que permitió identificar 38 variantes genéticas asociadas con un debut sexual más temprano. Son variantes que antes ya se habían asociado con otros rasgos reproductivos (primera regla, primer embarazo o número de hijos) e incluso del carácter (temperamento irritable o propensión al riesgo). Los resultados podrían ayudar a planificar políticas sanitarias de educación sexual añadiendo a los factores socioeconómicos o educativos el perfil genético.

En el caso del síndrome de Williams hay varias líneas de investigación abiertas. El Hospital Vall d’Hebron se ha convertido en un referente mundial con un modelo de atención integral y personalizado de las enfermedades minoritarias. Cuenta con más de cien especialistas que, además de centralizar la atención y el seguimiento de la enfermedad, ayudan a la investigación de este y otros 192 síndromes con datos que llegan de otros hospitales y centros de salud. Del Campo cita como ejemplo el estudio de la estructura cerebral de estos pacientes y la respuesta funcional a diferentes estímulos según el tipo de deleción, parcial o más global: “Son hallazgos que podrían trasladarse a la población no afectada para probar nuevas pautas contra la ansiedad, ya que podemos actuar sobre vías que hemos visto que están sobreactivadas”.

Cuando le preguntamos por el día a día de Valentina, Teresa nos habla de sus habilidades musicales. “Con muy poca edad ya exhibía un extraordinario sentido del ritmo con las cacerolas y, antes de hablar, ya mostraba un dominio casi absoluto de la caja flamenca. Una de las peculiaridades que han suscitado mucho interés es la fluidez con que hablan estas personas y su gran riqueza de vocabulario, aunque a veces parezca que no captan lo que se les dice. Estas connotaciones lingüísticas les predisponen a una mayor comprensión y memorización de las letras de canciones, incluso en diferentes idiomas.

Su cerebro tararea

Ahí está el caso de la soprano Gloria Lenhoff. Thomas Anderson le dedica unas líneas de su libro El poder de la neurodiversidad: “Estatura pequeña, gafas, nariz de duende, ojos hinchados y una boca grande. Al caminar, se apoya en la base de los pies. No puede cambiar un dólar, no puede restar siete de quince, distinguir la izquierda de la derecha, cruzar sola la calle ni escribir su nombre legiblemente. Su cociente intelectual es de 55. Pero canta ópera en 25 idiomas diferentes, entre ellos el chino… No puede leer una partitura, pero canta, toca el acordeón y tiene oído absoluto. Solo necesita escuchar una o dos veces una pieza para recordarla íntegramente”. El neurocientífico Daniel Levitin comprobó que, mientras escuchan música, a las personas con SW se les activa una parte del cerebro más amplia que a los demás. “Su cerebro tararea”, concluyó.

Para alcanzar estos logros, el diagnóstico precoz es fundamental. En cualquier caso, la noticia es un mazazo. “Si con un hijo recién nacido te cita un genetista, sientes el suelo moverse”. Así lo cuenta Danilo Cuffia, vicepresidente de la Asociación Catalana Síndrome de Williams: “De pronto estábamos frente al doctor que nos hablaba sobre cromosomas, deleciones…” De todas aquellas cosas, se le quedaron marcadas tres: síndrome, carita característica y retraso cognitivo. Y luego el golpe de gracia: “hala, pa casa”.

Obviamente, estas palabras no salieron de la boca del doctor. Pero así se sintió Cuffia cuando vio el desamparo en que se encontraban, sin una asociación que agrupase a las familias afectadas o un equipo especializado. Desde entonces han transcurrido diez años. Hoy existen foros, asociaciones y familias que les hacen saber que no están solos. Y, sobre todo, profesionales que responden a sus dudas. Hay demasiadas falsas ideas, como que Mozart tenía el síndrome o que los duendes están inspirados en estos niños.

El pediatra y genetista clínico Luis A. Pérez Jurado, uno de los científicos que más está investigando en las bases moleculares del SW, destaca que en los últimos cinco años se ha pasado del diagnóstico a los 8 años a detectarlo a los 2 años. Y, claro está, esto ha hecho cambiar el pronóstico. “Hemos conseguido revertir los problemas cardiovasculares con modificación genética y medicación. Ahora el reto es lograr una medicación más específica e intentar la reprogramación celular y ver cómo reaccionan a diferentes fármacos”. Es difícil restituir células, igual que lo es lograr una cura, pero sí es posible mejorar la calidad de vida de niños como Valentina. Entre tanto, el SW sigue planteando una pregunta social, ¿cuántos abrazos se consideran algo patológico? ¿Hay una media “normal” del amor?

Peculiaridades del Síndrome de Williams

Rasgos faciales: Estrechamiento de la frente, estrabismo latente o desviación de un ojo, iris con un patrón estrellado,nariz corta con raíz nasal aplanada, mofletes prominentes y algo caídos, mentón pequeño.
Rasgos musculo­esqueléticos: Laxitud articular, menor tono muscular, desarrollo de escoliosis y otras alteraciones en la columna vertebral, hombros caídos, rodillas semiflexionadas…
Sistema auditivo: Mayor sensibilidad a los sonidos e infecciones recurrentes del oído medio en la infancia.
Piel: Cutis laxo, signos precoces de envejecimiento y presencia de hernias en la región inguinal o umbilical.
Aparato cardiovascular: Defectos estructurales del corazón y los vasos sanguíneos. El más grave, estenosis supravalvular de la aorta. Tendencia a estrechamientos vasculares e hipertensión, incluso en edad temprana.
Aparato digestivo: Complicaciones gastrointestinales en los primeros años. A veces, enfermedad celíaca.
Aparato genitourinario: Tendencia al acumulo de calcio, causa de problemas renales. Mala función de la vejiga que se asocia a falta de control nocturno, urgencia en la micción
e infecciones urinarias.
Desarrollo: Retraso de crecimiento, bajo peso al nacer y talla algo reducida. Retraso en la adquisición de habilidades motoras y del lenguaje, aunque varía de unos a otros. Adquieren un lenguaje adecuado y un vocabulario, rico, pero bajo en contenidos. Gran fluidez para hablar, pero baja capacidad de comprensión. Problemas de equilibrio, de coordinación del movimiento y de la orientación espacial.Talento musical, a veces extraordinario.
Comportamiento: Cierta hiperactividad, afectuosidad y gran sociabilidad. Propensión a relacionarse con adultos y carácter frágil. A veces, problemas de sueño. Gran sensibilidad que les lleva a necesitar ayuda para reforzar su autoestima.

Redacción QUO