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El pegamento humano

Es un enigma que también invita a explorar en otro de los grandes protagonistas del sexo y las relaciones humanas: la oxitocina. En realidad, en sus manos está la clave del éxito psicológico y fisiológico de una noche de roces y caricias. Los más poéticos (como la famosa psicóloga Helen Fischer) ha­blan de esta hormona como la del amor o la de la maternidad, porque activa los mecanismos neuronales que, según sostienen, convierten a un hombre y una mujer en una sola voluntad incapaz de traicionarse entre sí y que protege a la prole contra viento y marea (aparte de desatar la secreción de todas las sustancias que acompañan al nacimiento de un hijo). Por eso, los más prosaicos la llaman también el “pegamento” de la humanidad. Una caricia capaz de ordenar al hipotálamo que libere una buena dosis de oxitocina tiene todas las posibilidades de que otro buen amigo de las relaciones humanas sonría: el sistea límbico, responsable de las emociones.

Este razonamiento de “a más oxitocina, mayor recompensa” del cerebro en forma de placer, puede ser también la llave de la curación a algunas enfermedades mentales, como la depresión, la fobia social y la psicosis, dado su poder de desactivar miedos, iras y, en general, respuestas emocionales desproporcionadas.

Y de nuevo, puede que el secreto esté en otro de los órganos sexuales del cuerpo humano: el cerebro. Casi en tono de reproche, el experto mundial en las cosas del tocar Ashley Montagu hablaba en 2004 ( El tacto: la importancia de la piel en las relaciones humanas) de que los occidentales nos hemos convertido en “una raza de intocables”. El propio Manuel Lucas, estudioso del sexo en 66 civilizaciones de todo el mundo, le da la razón y señala una de las claves: “Las tribus de la Polinesia, Micronesia y Melanesia son mucho más sensitivas, más entregadas en sus relaciones. Y eso es porque han estado históricamente aisladas y no han tenido que desarrollar la agresividad que hay que desplegar para defenderse del invasor”. En otras palabras: la agresividad y el individualismo de las sociedades llamadas desarrolladas están dejando sin satisfacer lo que Lucas llama “la sed de piel”.

La moneda de cambio

Estas carencias, más allá del disfrute del que nos privan, van en contra de la condición de ser social que caracteriza al ser humano. Manuel Martín-Loeches, director de Neurociencia Cognitiva del Centro de Evolución y Comportamiento Humano, nos recuerda que: “Las caricias son y han sido siempre un mecanismo de producir placer en otros para ser mejor aceptados. Si gustamos más al grupo social, más considerados estamos. Incluso, desde un punto de vista más perverso, pueden llegar a ser una moneda de cambio”.

Pero lo que es casi una burla del destino es que uno de los responsables de que acariciemos mejor o peor son unos corpúsculos de la palma de la mano que llevan el mismo apellido que una mandataria nada erótica que se quejó de que Sarkozy era un tocón: Merkel.

Redacción QUO