La entomología forense y los análisis de la velocidad de descomposición de un cuerpo en distintas circunstancias permiten calcular el tiempo que lleva muerta una persona. Otros estudios ofrecen incluso aproximaciones a la personalidad del fallecido; por ejemplo, por los registros dentales o por malformaciones y operaciones específicas. Pero cuando solo hay una calavera como otras muchas, atribuirle una identidad es todo un reto.

Los 21 puntos clave

Frank Bender lo explica desde el perfil más artístico: “Es como si escuchas música. Cuando oyes una buena obra musical, como esta que tengo puesta de fondo, si falta una nota, la rellenas, buscas exactamente la que encaja con las otras, para crear un todo armónico. Dejas que los rasgos de la cara surjan y vayan creando una armonía. Y eso funciona”.

El cráneo de una persona da mucha información. Su superficie no es lisa, sino rugosa y repleta de hendiduras donde los músculos se anclan en el hueso y los tendones transmiten la tensión. Los dientes superiores e inferiores rozan, y las marcas de roce indican la posición de la mandíbula. Las estructuras de la cara son conocidas, y sus tamaños relativos (la clave de la reconstrucción facial) se estiman a partir de estas rugosidades y hendiduras. Un artista con conocimientos de anatomía facial puede reconstruir el aspecto que tuvo la persona propietaria del resto óseo de su cabeza. La clave está en veintiún puntos antropométricos.

Pero antes hay que limpiar los restos, reparar posibles destrozos y colocar la mandíbula en posición, usando las marcas de desgaste de las piezas dentales. Luego se colocan los ojos artificiales en las cuencas, dentro de una reconstrucción de plastilina de los músculos orbitales, y se cubren los orificios nasales con arcilla. Del conjunto se extrae un molde, que será la base de la reconstrucción. A partir de ahí, el artista trabaja solamente con esa representación en plástico del resto original.

Redacción QUO