El hombre es cazador, y su instinto al enfrentarse a una situación peligrosa le impulsa a actuar como si estuviera frente a un enemigo. Debido a un sistema límbico que tiene muchas conexiones, el macho reacciona con violencia frente a determinados estimulos.
Dicho instinto también le ha dotado de una gran capacidad para soportar el dolor. El área del cerebro que lo regula es la amígdala derecha (en el macho), la misma región que controla las funciones internas: el hombre tenía que saber que, si sentía dolor, sus órganos internos estaban comprometidos, y eso, en un entorno hostil, es una desventaja clara. Pero actualmente, cuando para el hombre ya no son imprescindibles estos instintos para alimentarse, ¿sigue siendo de alguna manera un “cazador”?
Irven DeVore, antropólogo, biólogo evolucionista y jefe del departamento de Primatología de la U. de Harvard, nos confía que sí, sigue siendo un cazador. “Y lo es de diferentes modos: el trabajo en equipo, las recompensas materiales, lograr la hembra más deseable, el establecimiento de jerarquías…Todas estas son recompensas que actualmente se ven en la práctica de deportes. Y el hombre, en todas las culturas, sigue siendo muy competitivo”.
Otra adaptación del hombre cazador se ubica en su cerebro, mejor dotado para representar la forma de los objetos y predecir su dinámica.
Entre los primates, es el único que se considera monógamo, aunque nunca haya sido esta la intención evolutiva. El antropólogo Robin Fox asegura que: “El hombre es promiscuo por naturaleza, pero ha hecho un gran esfuerzo para no serlo. Y esto resulta una ventaja, pues si todos los hombres hubieran tenido la oportunidad de contribuir a la variación genética, evolutivamente nos habríamos estancado en el Homo stupidus”.
Un bicho raro
Al contrario que otros animales, al hombre no le bastaba con ejercer la violencia para apropiarse de la hembra. Fox asegura que si los menos dotados (en términos de inteligencia): “Obedecían a sus hormonas e invadían el harén del macho dominante, eran asesinados o exiliados. Así, los más inteligentes tuvieron que ejercitar la paciencia y la abstinencia, cualidades que requieren inteligencia”.
Este comportamiento, de acuerdo con Fox, puede ser el que ha sentado las bases de toda la sociedad humana: “El control sobre el sexo y la agresividad, el reconocimiento del estatus, la lealtad y hasta la racionalización de los impulsos incestuosos, todo ello ha contribuido a la evolución”. Y eso tuvo que trabajarlo el macho.
Lo que no le requirió esfuerzo fue su capacidad política. De acuerdo con el antropólogo Lionel Tiger, profesor en la Universidad de Rutgers, el hombre es biológicamente político debido a su habilidad para establecer lazos duraderos, pues: “Existe una atracción, tan intensa como la del sexo, pero sin fines reproductivos, por hombres de su mismo estatus. Esto explica su presencia mayoritaria en política” (el 84% de los cargos parlamentarios están ocupados por hombres). Esta capacidad es algo muy difícil de hallar en el mundo animal, donde los machos de otras especies se ven entre sí como competencia.
Juan Scaliter