Pistolas eléctricas, láseres cegadores, sprays que inmovilizan… Son armas no letales. En teoría no producen la muerte, como su propio nombre indica, pero también tienen un lado oscuro. Algunos policías ya no tienen nada que envidiar al comandante Kirk y a míster Spok, los protagonistas de Star Trek. Las pistolas aturdidoras que utilizaban con destreza en la película han dado el salto de la ficción a la realidad. Los agentes han dicho adiós a las armas convencionales, porra antidisturbios y pistola reglamentaria, y han empezado a usar un nuevo arsenal más propio de una película de ciencia ficción: armas que producen descargas eléctricas, láseres que ciegan momentáneamente, aerosoles que dejan pegado al suelo y ultrasonidos que inducen mareos o vómitos.

Se conocen como armas no letales y persiguen los mismos objetivos que las convencionales, pero sin dejar marcas; al menos, visibles. ¿Por qué recurrir a una carga de agentes antidisturbios con porras si un solo policía puede disolver una manifestación con un cañón de sonido que dispara un ruido ensordecedor?

Cañón sónico

Este aparato se ha convertido en los últimos meses en una eficaz herramienta para el control de masas. Se ha usado en la guerra de Irak, en la invasión israelí de Gaza, contra los piratas de Somalia, y en Pittsburg, Estados Unidos, contra los manifestantes de la cumbre del G-20. Semanas después sirvió también para perturbar a la comitiva del ex presidente Zelaya refugiada en la embajada brasileña en Honduras. El aparato se conoce como LRAD (según las siglas en inglés de dispositivo acústico de largo alcance), y emite un sonido de 150 decibelios, equivalente al que produce el motor de un reactor. A menos de cien metros, los efectos de un ruido de estas características produce un trauma acústico agudo, cuyas consecuencias pueden ser irreversibles. “El daño que provoca en las células ciliadas hace que luego se oigan peor las frecuencias agudas”, explica Teresa Rivera, jefa de Otorrinolaringología del Hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares. De forma inmediata, produce sensación de mareo y aturdimiento, pero son efectos pasajeros.

“Un sonido de 150 decibelios no tiene por qué afectar al equilibrio de forma permanente”, añade la doctora Rivera. Y por si fuera poco, también modifica la presión arterial, y obviamente produce estrés, dos factores de riesgo cardiovascular, lo que ha hecho pensar en posibles efectos en el corazón. Incluso se insinuó que podía provocar un aneurisma cerebral. En Quo se lo hemos preguntado a José Luis Zamorano, jefe del Laboratorio de Imagen Cardiovascular del Hospital Clínico San Carlos, que ha rastreado para nosotros la literatura científica más reciente y no ha hallado “ninguna evidencia científica de esta relación”. Tampoco la hay sobre la inocuidad de otra arma sónica que se emplea para ahuyentar a los jóvenes que se concentran para hacer botellón, y sin embargo, eso no ha impedido que haya comenzado a utilizarse. Se llama Mosquito y, como el insecto homónimo, también dispone de un aguijón, aunque curiosamente solamente “pica” a los menores de 30 años.

¿Por qué esta predilección? El motivo es que emite un sonido de muy alta frecuencia, en un rango que está entre 18 y 20 kilohercios y que solo se percibe cuando el oído está en plenas facultades, en torno a los veinte años. Resulta tan molesto que hace imposible permanecer en su entorno.

En Reino Unido llevan utilizándolo dos años, y ahora el Ayuntamiento de A Coruña lo está probando en los jardines de Méndez Núñez, el nuevo punto de concentración de los jóvenes. Sin embargo, Francia y Bélgica lo han declarado ilegal con el argumento de que se desconoce qué efecto puede tener en la salud de los jóvenes a largo plazo. Nicolás Pérez, jefe de Otorrinolaringología de la Clínica Universitaria de Navarra, comparte este criterio: “Se está jugando con fuego, porque no están estudiadas las secuelas sobre el oído transcurridos unos años; lo de quitar el clavo con otro clavo no es una buena solución cuando la medida puede tener consecuencias en la salud”.

Voltios sin control

El Mosquito nació hace un par de años, cuando un grupo de científicos ingleses comprobó que las mismas frecuencias que espantaban a las ratas resultaban molestas también para los adolescentes. Aunque la mayoría de las armas “no letales” comenzaron a desarrollarse en la década de 1990, las primeras acústicas se remontan a la II Guerra Mundial. A principios de 1940, Richard Wallaushec desarrolló para el régimen nazi el antecedente del LRAD actual. Para fabricarlo, utilizó dos reflectores parabólicos con los que formó una cámara de disparo. A través de unos tubos introducía en ella una mezcla de oxígeno y metano que detonaba. Los reflectores parabólicos amplificaban las ondas que producía la explosión hasta el punto de que generaban un sonido que resultaba mortal para cualquier persona que estuviera a una distancia menor de 250 metros.

El invento de Wallaushec no pasó de ser un prototipo que se probó solo en animales, el mismo punto en el que se encuentra buena parte del nuevo arsenal. En pruebas o ya comercializadas, lo cierto es que las armas que “no matan”, según la definición acuñada por sus defensores, viven rodeadas de la polémica allá donde se utilizan. La que ha batido todos los récords es la más difundida, la pistola Taser (casi 300.000 unidades en todo el mundo).Provoca una descarga eléctrica que inmoviliza a la persona que la recibe y no deja marcas importantes, como hace una porra. Hasta ahí, nada habría que objetar. El problema es que la descarga de 50.000 voltios a una intensidad entre 3 y 5 miliamperios provoca a veces algo más que parálisis en los músculos. Según Amnistía Internacional, entre junio de 2001 y junio de 2007, 269 personas murieron tras ser reducidas con una pistola eléctrica; el fallecimiento que mayor repercusión tuvo fue la muerte del polaco Robert Dzieknaski en el aeropuerto de Vancouver, Canadá. En España no existe constancia de ninguna muerte, aunque el fallecimiento en 2005 de una persona en dependencias de la Guardia Civil en Roquetas de Mar, a la que se aplicaron descargas provocadas con una defensa eléctrica, levantó algunas sospechas. Sin embargo, el Cuerpo no dispone de este modelo, al menos oficialmente. Tampoco la Policía Nacional. En España, las Taser solo las utilizan agentes locales. En total hay alrededor de 500 armas, que constituyen, según Amnistía Internacional (AI), un peligro en potencia por el vacío legal que existe sobre quiénes y en qué circunstancias pueden usarlas. Esta organización hizo en 2007 un informe que tituló Voltios sin control, en el que denuncia esta situación y cuestiona la independencia de los estudios del fabricante que asegura que el arma es inocua.

Cuestión de seguridad

Dos años después, la portavoz de Amnistía Internacional, Yolanda Román, insiste: “El uso de un arma que pueda poner en peligro la seguridad e integridad de las personas debe estar regulado por el Estado, tener un control exhaustivo y limitarse su uso”.

Quo ha intentado, sin éxito, conocer la opinión de la distribuidora de las Taser en España, Andreu Soler Associats. Sí se ha pronunciado el Sindicato Unificado de Policía, mayoritario en el Cuerpo. Su portavoz, José María Benito, dice que los delincuentes son conscientes de la limitación que tienen los agentes para usar el arma reglamentaria y se aprovechan de esa situación, pero que eso no justifica recurrir a alternativas cuya seguridad está cuestionada: “El problema es que la descarga eléctrica puede tener efectos muy distintos según la complexión física de la persona que la recibe y según su estado de salud. Está contrastado que en ocasiones ha provocado la muerte”. Sin embargo, el apellido de estas armas sigue siendo “no letales”.

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Ruido contra el ruido

¿Cómo acabar con el ruido del botellón? Con la misma arma: ruido. En A Coruña utilizan un dispositivo del tamaño de un pequeño altavoz, llamado Mosquito, que emite un zumbido de alta frecuencia solo audible por jóvenes. Los mayores de 30 no lo oyen porque a esa edad ya se ha perdido la capacidad de captar dichas frecuencias.

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Pistola eléctrica

Más conocida como Taser, es el “arma no letal” más utilizada en el mundo. Dispara dos dardos con una aguja en la punta que penetran 5 milímetros en la piel y producen una descarga eléctrica que paraliza instantáneamente a la persona que la recibe. El arma tiene un alcance de entre 4, 5 y 7 metros, según el modelo.

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Los gases no son lo que eran

El arsenal de armas biológicas “no letales” habría hecho las delicias del Superagente 86. En Estados Unidos se ha desarrollado una espuma a base de proteínas que es capaz de dejar a una persona pegada al suelo, y según Greenpace, la empresa General Dynamics ha producido un mortero que puede lanzar drogas como nubes de gas. ¿Qué drogas? Sedantes, opiáceos, calmantes, de momento. En pruebas están fármacos que producirían invalidez o desvaríos mentales.

Redacción QUO