Si algo tenían los monjes del medievo, era tiempo. Y papel, acumulado en las bibliotecas de sus monasterios. En algún momento comenzaron a entretener el primero enrollando estrechas tiras del segundo y uniéndolas unas a otras para formar figuras con sus perfiles. Un poco de presión aquí y de primorosidad allá, y las largas tardes de noviembre dieron lugar al paciente arte de la filigrana en papel, con el que adornaron las obras de su devoción.
Así, como portador del fervor religioso, lo descubrió la canadiense Lisa Nilsson en el rincón de un anticuario. Un precioso crucifijo dorado invitó a la artista a experimentar con la técnica. “El hilo común a todas mis creaciones es mi atracción por lo intrincado, polifacético, complejo, detallado y devorador de tiempo”, expresa en su página web. Tras varios objetos en miniatura, dominó la técnica que reunía todas las características.
La unión de cuerpo y papel
Inclinada sobre cilindros, pliegues y engomados, las líneas se elevaron sobre el contenido y su mirada descubrió una inesperada similitud con los recovecos de otra de sus pasiones: las imágenes científicas y anatómicas.
“Fue una especie de revelación”, nos cuenta por teléfono, “vi las mismas formas y colores que en imágenes de cuerpos humanos diseccionados de los siglos XVII y XVIII”.
Inmediatamente, decidió unir ambas pasiones y comenzó a buscar modelos para reproducir nuestra anatomía interior. Acostumbrada a usar diversas fuentes, por su pasado como ilustradora, husmeó en museos, libros y, por supuesto, la red. En ella encontró una de sus referencias de cabecera, el Proyecto del Humano Visible, que ha fotografiado secciones de corte de cadáveres reales congelados. Nilsson reconoce un apego al rigor que surge “del gusto por entender lo que veo y cómo funciona, y del deseo de no defraudar a nadie que entienda del tema”, pero que siempre queda supeditado al sentido estético.
“A veces incluyo un componente de un órgano situado más arriba o abajo, porque resulta más interesante visualmente”, confiesa. Y a diferencia de un ilustrador médico, se interesa mucho más por las peculiaridades de cada individuo que por los anodinos rasgos comunes a nuestra especie.
Precisamente, su deseo consiste en alejarse de los tratados de anatomía: “Me gusta que muchas de mis obran tengan un aire a medio camino entre un relicario y un espécimen científico”. Por eso quiso representar el interior de unas manos rezando y, más recientemente, la cabeza de un ángel inspirado en una pintura de Fra Angélico. Su público ha respondido al esfuerzo, ya que consiguió vender su primera colección al completo. Ahora está entregada a elaborar la segunda. Con paciencia y con tiempo.
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