Un poco más de pecho… ¿pero cuánto más? Un poco más de Bótox… ¿pero cuánto más? Implante de pectorales para dejar de ir al gimnasio… ¿pero qué tamaño? La cirugía estética ya forma parte de la vida de millones de españoles que usan el “retoque” con la misma intención con la que eligen un tipo u otro de ropa: sentirse mejor con su físico. En 2011, los españoles nos gastamos 900 millones de euros en alrededor de 300.000 operaciones, entre cirugía mayor y menor. ¿Hasta dónde es bueno meter el bisturí?
La cirugía del exceso y del fraude ha creado fenómenos como el de la modelo ucraniana Valeria Lukyanova, cuyo sueño logrado ha sido convertirse en una auténtica Barbie humana. No es un caso único. Valeria responde a un movimiento seguido por adolescentes en todo el mundo que quieren parecer muñecas. La precursora fue la estadounidense Dakota Rose, que con solo 16 años revolucionó la red con sus fotos de muñeca de porcelana. Las llaman Barbies humanas. Dicen también que en Hollywood el exceso de Bótox tiene exasperados a los productores, incapaces de encontrar un rostro que no haya quedado congelado a causa de un abuso en las inyecciones. Los psiquiatras lo llaman trastorno dismórfico corporal, o síndrome del espejo mágico: una necesidad compulsiva, grotesca e imparable de verse diferente. Lukyanova encontró su álter ego en timadores del bisturí, publicistas y, como dice el cirujano valenciano Juan Antonio Mira, “en clínicas sin ética”.
Cirugía en el almuerzo
Los médicos especialistas, aunque cosen y recomponen fino, no pretenden darle a su oficio más arte que el que dicta la cirugía de la sensatez: muy precisa, poco traumática, mínimamente invasiva, ambulatoria, natural y rápida. Los americanos la llaman lunch-hour cosmetic surgery, algo así como “cirugía de la hora del almuerzo”. Uno se va a comer y vuelve cinco años más joven. Pero… ¿cuántas veces es buena? Según la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (SECPRE), un 3% de las personas que recurre a un cirujano se convierte después en consumidor compulsivo de cirugía plástica.
Sigue siendo habitual que las mujeres acudan a una clínica de estética anhelando las curvas de Beyoncé, los ojos de Halle Berry y las mejillas de Jennifer Lopez, y los hombres sueñan con los pómulos de Leonardo DiCaprio y el cuerpo de Mark Wahlberg. Según el cirujano plástico Pedro Arquero: “El paciente viene hoy con mucha información, sobre todo gracias a internet. Sin embargo, en consulta tratamos de corregir los excesos y, sobre todo, detectar cuándo los problemas no solo tienen que ver con un rasgo físico”. La Asociación Española de Cirugía Estética y Plástica (AECEP) hizo una encuesta que revela que alrededor de un 40% de los pacientes se opera para intentar solucionar desequilibrios emocionales. Caen erróneamente en el quirófano de un cirujano estético en lugar de ir a la consulta psicológica.
Lucha contra el fraude
La insatisfacción física y los sentimientos negativos mal canalizados pueden convertir al paciente en esclavo de la cirugía si no da con un profesional que le diga cuándo parar. Precisamente uno de los objetivos que persigue SECPRE es combatir la mala praxis y los actos ilegales.
Ahora, según confirman los profesionales, la cirugía estética ha dado un vuelco y en raras ocasiones intenta virguerías y excesos. “Recomendamos tratamientos médico-estéticos que comienzan con los primeros signos del envejecimiento y deben mantenerse con cierta periodicidad. Los resultados son más discretos, pero también más naturales, económicos y fácilmente sostenibles”, explica Mira.
Lo nuevo son cirugías con suturas biológicas sin incisiones ni cicatrices. “Se aplican tanto en operaciones nasales como en tratamientos de rejuvenecimiento facial (descolgamiento de cejas, cara, mentón y cuello) y corporal (descolgamiento de brazos, falta de tensión de glúteos y envejecimiento del pecho). Son hilos a base de ácido glicólico y ácido poliláctico totalmente reabsorbibles, y en un año más o menos se convierten de forma natural en colágeno, imprescindible para la elasticidad de la piel”.
Los logros más espectaculares de las técnicas microquirúrgicas se aprecian en la reconstrucción mamaria con tejidos propios del paciente. En el caso de las mujeres con cáncer de mama han supuesto una mejoría asombrosa. Las transferencias de tejidos provienen sobre todo del abdomen, las nalgas y la cara interna del muslo, y se consiguen características muy similares a la mama en cuanto a forma y tacto.
Pedro Arquero propone además, para el rostro, métodos regenerativos con injertos de grasa combinados con plasma rico en plaquetas. “Los usamos en los liftings y se complementan con otras técnicas mínimamente invasivas, como los rellenos, el Bótox, etc…”. El uso racional y moderado de la toxina botulínica y otros rellenos en el rostro evita, según los expertos, la pérdida de expresión.
El bótox y la cara de póquer
El rostro del actor norteamericano Nicolas Cage es uno de los ejemplos más habituales cuando se busca “víctimas del Bótox” en internet. La pérdida de expresión en la cara es una de las grandes acusaciones populares a la aplicación de esta toxina de uso habitual en las clínicas de estética. Los expertos la defienden. Por un lado, porque no es un medicamento para uso local y no aumenta el volumen facial. Esto significa que el efecto de pómulos abultados no se debe al Bótox, sino a otro recurso también empleado: los implantes de silicona. Es cierto que la toxina disminuye la movilidad del músculo responsable de la expresión que genera la indeseada arruga. Pero, si se aplica bien, no se inyectan dosis que lo paralicen al 100%, sino al 50-60% creando el efecto de alisado de arrugas sin apenas perder la movilidad.
En el extremo opuesto de esta buena praxis esta la propuesta de un médico neoyorquino que apuesta por modelar con Bótox el rostro de los grandes jugadores de póquer. El médico se llama Jack Berdy, y ofrece un programa de mejora estética que disimula todo signo de emoción (los tells, según la jerga del póquer) en la cara de un jugador. “Se evitaría incluso el mínimo movimiento de cejas si la jugada que te llega es muy buena”, explica Berdy. “Podemos poner Botox en ciertos lugares para minimizarla.” Pero Berdy aún ofrece una jugada mejor. Explica que su programa, al que llama Pokertox, puede ayudar a marcarse faroles como si se pusieran una careta: “Con Bótox podemos generar en la cara un tell de un jugador que en realidad no tiene”, afirma el médico.
Cada cosa a su edad
Para no caer en delirios de bisturí, otro factor importante es establecer edades adecuadas para someterse a una intervención: “A partir de los 7 años puedes operar unas ‘orejas de soplillo si supone cierto trauma para el niño. Antes no es conveniente, pues el cartílago aún está creciendo. La liposucción no debe hacerse antes de los 17, porque los adipocitos extraídos se regenerarían con gran rapidez y la operación resultaría inútil. Una cirugía de pecho, o de nariz, nunca antes de los 18 o 20 años”, según Nazario Yuste Grondona.
Pero no hay una ley que prohíba a un cirujano operar a un menor si tiene el consentimiento paterno. De hecho, la leyenda más grotesca de la cirugía estética tiene como víctima a la población infantil. Aun sin haber recuperado del todo el aliento después de ver las imágenes de Britney Campbell, la niña de ocho años con el rostro relleno de Bótox por una madre empeñada en hacer de ella una reina de las pasarelas, de Londres saltó la noticia del nuevo capricho de las adolescentes: la cirugía estética vaginal.
Las operaciones para remodelar los labios mayores y los labios menores de la vagina se han vuelto cada vez más comunes. Más de 2.000 mujeres al año se realizan esta operación en hospitales públicos británicos, mientras que se contabilizan miles de mujeres más en el sector privado. Pero la polémica estalló cuando una investigación demostró que niñas de 14 años, o incluso más jóvenes, se están sometiendo a retoques en la vagina.
Las estadísticas que manejan revelan que se han hecho 343 operaciones en niñas en los últimos seis años. Los investigadores del University College Hospital de Londres, dirigido por la Dra. Sarah Creighton, afirman que es “preocupante” que no haya límite de edad mínima para la cirugía. Y de eso se trata, de poner una frontera legal y ética al bisturí.