Ya sabemos que el cerebro es el órgano sexual clave. Pero eso no quiere decir que seamos conscientes de lo que nos pasa cuando nos excitamos. Más bien ocurre todo lo contrario. Hay dos caminos biológicos por los que viaja “el deseo”. En el primero, (flechas azules), se produce la erección, o la inflamación del clítoris, y después llega a nuestro cerebro la información de que algo está pasando. En el segundo, el bautizado como inconsciente (flecha roja), es cierto que el primero en recoger la información del exterior es el cerebro, pero esta no llega precisamente a las áreas relacionadas con la consciencia. Si a esto le añadimos que en todo el proceso intervienen cuatro sistemas fisiológicos distintos, al menos dieciséis moléculas de nombres endiablados (las únicas populares son la testosterona y los estrógenos) y 11 áreas de nuestro cerebro, parece complejo manejar todo ese follón a voluntad. Así, en el pirotécnico camino a la excitación, el cuerpo va por libre y nosotros somos los últimos en enterarnos.
Consciente
1.- Los estímulos visuales, auditivos y táctiles llegan al cerebro desde los órganos de los sentidos. Para el tacto, el sistema nervioso que recorre la médula lleva la información al cerebro.
2.– El hipotálamo informa a los genitales de que la vecina del cuarto o el conductor de autobús está de “bocao”. Es decir, esta minúscula estructura cerebral procesa la información e identifica lo que es excitante y lo que no. Una vez que esto queda claro, la información llega a los genitales para que se preparen.
3.- Ovarios y testículos se disparan.
La información del hipotálamo hace que ovarios y testículos empiecen a fabricar las hormonas relacionadas con la excitación: estrógenos y progesterona entre otras muchas (son, al menos, 16). Estas se encargarán, además de generar cambios fisiológicos en el pene y en la vagina, de las emociones que identificamos como deseo.
4.- Las hormonas del sexo regresan al cerebro.
Una vez puesta en marcha la fábrica de hormonas, nuestro organismo se llena de ellas, como burbujas en una botella de champán. Emprenden su camino y regresan al cerebro, donde afectan nada menos que a 11 áreas cerebrales. Como un verdadero ataque nuclear, nos ponemos como una moto.
Inconsciente
1.- Roce genital.
Todo comienza con una caricia o un roce en el pene o en el clítoris. Es como cuando el médico golpea con el martillo en la rodilla y la pierna se mueve. Un acto reflejo.
2.- La cavidad oculta.
Los nervios que recorren el pene y el clítoris informan de esa caricia a una cavidad situada bajo la base de nuestra médula espinal, que recoge la información, la procesa y la devuelve al pene o al clítoris sin informar al cerebro. Ambos reciben mayor flujo sanguíneo: el pene se pone erecto y el clítoris se inflama.
3.- Esto no hay quien lo pare.
Los mensajes de esa cámara se envían a determinados músculos, que controlan las paredes de los pequeños vasos sanguíneos del pene y del clítoris, lo que permite un mayor flujo sanguíneo. A partir de entonces, la sangre hace que se hinche el pene o el clítoris automáticamente. Así, la excitación se ha producido sin que intervenga el cerebro.
4.- Actuar de espaldas al cerebro
Esta vía describe una respuesta sexual totalmente automática, fuera de nuestro control consciente. Sólo después de que se haya producido lo inevitable, nuestro cerebro interviene. Es decir, para mantener el deseo, si es que no queremos que todo quede en un “gustirrinín” efímero, se activará la vía consciente (véase el recorrido azul).