Barry Clifford, un cazatesoros estadounidense, afirma haber encontrado en las aguas de Haití los supuestos restos de la Santa María, una de las tres carabelas de Cristóbal Colón. El controvertido hallazgo ha provocado una auténtica revolución en el mundillo arqueológico, ya que la gran mayoría de historiadores y de expertos en el tema han recibido la noticia con notable escepticismo. Afirman que con los restos encontrados (las piedras que formaban el lastre de la nave y un cañón de tipo lombarda) es imposible saber si nos hallamos ante lo que quedaba del barco. Sea como fuere, el revuelo está justificado, ya que la Santa María figura en el ránking de las reliquias más buscadas por los arqueólogos de todo el mundo.
Superestrellas arqueológicas
Pero este no ha sido el único hallazgo espectacular realizado en las últimas semanas. Sin salir del Caribe, un equipo comandado por el aventurero James Sinclair afirma haber localizado el lugar donde se encontraría sumergido el sarcófago de plomo en el que fue enterrado el corsario sir Francis Drake. En Israel, el arqueólogo Eli Shukron aseguró haber encontrado las ruinas del castillo del rey David. Y en Madrid, el especialista en búsquedas con georradar Luis Alvial cree haber dado con el lugar exacto donde podrían estar enterrados los restos mortales de Miguel de Cervantes.
Todas estas noticias tienen algo en común: que de confirmarse, se trataría de hallazgos realmente espectaculares. Y es que incluso en el mundo de la arqueología existen superestrellas y superéxitos. Porque, tal y como aseguran los expertos, no es lo mismo encontrar los restos de un galeón español o portugués olvidado que localizar los de la Santa María. El valor simbólico y la tascendencia mediática de estos últimos es mil veces mayor. Aunque si nos centrásemos estrictamente en la importancia que dichos hallazgos tendrían para los historiadores, el valor de ambos sería casi idéntico.
“Cada cinco veranos alguien cree haber hallado la tumba de Alejandro Magno”, dice la arqueóloga Katerina Peristeri
En 1994, la Society for Historical Archaeology de EEUU publicó un informe en el que recopilaba cuáles eran las reliquias y los restos arqueológicos más codiciados. “El que sean los más buscados no se debe únicamente a su valor histórico y a su importancia como objetos de estudio, sino especialmente a su popularidad”, explicaba el presidente de la sociedad Richard Veidt. En dicha lista (además de los ya mencionados en estas páginas) figuraban reliquias como la tumba de Cleopatra, la de Gengis Kan, el sepulcro de Alejandro Magno, la llamada Cámara de Ámbar y los restos del avión y del cuerpo de la piloto Amelia Earhart.
La tumba de Cleopatra es como el Santo Grial de la egiptología. La reina se suicidó en 30 a. C. y ordenó que su cuerpo fuera enterrado en un lugar secreto junto al de su amante Marco Antonio. Napoleón fue el primero que ordenó localizar su tumba en 1801, excavando en un lugar llamado Borg al Arab. No la encontró, y desde entonces se cuentan por decenas los investigadores que buscan el sepulcro. La última de ellas es la diplomática y arqueóloga dominicana Kathleen Martínez, quien lleva casi una década consagrada a esta tarea. El hallazgo en 2011 de varios túneles situados bajo el templo de Taporisis Magna, en los que se encontraron once momias y un busto de la soberana, le hicieron creer que el éxito estaba cercano. Pero tres años después, los restos de Cleopatra se siguen mostrando esquivos.
Con la tumba de Gengis Kan ocurre tres cuartos de lo mismo. En 2001, el historiador estadounidense Maury Kravitz aseguró haber dado con el lugar donde fue enterrado el líder mongol tras descubrir una necrópolis con un total de cuarenta tumbas situada a 300 kilómetros de Ulán Bator (y no muy lejos de donde nació el propio Gengis Kan). Un año más tarde, el investigador tuvo que reconocer que no había ningún dato fiable para deducir que el personaje estaba allí. El último en sumarse a esta aventura ha sido Albert Yu-Min Lin, científico de la Universidad de San Diego, quien en 2013 inició una búsqueda utilizando la tecnología más avanzada. Con ayuda de satélites ha revisado un área de más de doce mil kilómetros buscando evidencias que sugieran posibles enterramientos. Dicho rastreo ha dado como resultado noventa mil puntos distintos que están siendo inspeccionados con radares. Una tarea titánica que puede llevar varios años.
Buscar financiación a cualquier precio
La razón de que este puñado de reliquias estén siendo permanentemente buscadas es muy sencilla, tal y como explica Carlos León: “Es más fácil encontrar financiación para buscar restos rodeados de un aura mítica”. Un buen ejemplo de ello es otra tumba nunca hallada, la de Alejandro Magno. Tal y como relata la arqueóloga griega Katerina Peristeri: “Más o menos cada cinco veranos alguien dicen haberla encontrado”. Sin ir más lejos, en 2013 tuvo que desmentir que una sepultura hallada en Macedonia albergara los restos del célebre conquistador. “Fue una historia grotesca, pero paradigmática de lo que sucede lamentablemente con algunos arqueólogos”, explica la investigadora. “Las excavaciones habían quedado suspendidas por los recortes provocados por la crisis. Pero en cuanto se mencionó a Alejandro, se les concedió una subvención de dieciocho mil euros”.
Algunos aventureros llegan a salir en la prensa rosa o a hinchar el valor de un pecio para financiar sus expediciones
Y es que para algunos personajes todo vale con tal de conseguir financiación. Es algo que sabe muy bien el polémico Barry Clifford. Mucho antes de encontrar los supuestos restos de la Santa María, en 1984 se lanzó a buscar el Whydah, un navío que perteneció al pirata Samuel Bellamy. Al no tratarse de un pecio con gran impacto mediático, ya que Bellamy no tuvo la fama de otros filibusteros como Drake y Henry Morgan, Clifford no logró vender los derechos de la aventura a ninguna productora de televisión. Así que para conseguir el dinero tuvo que recurrir a otras estratagemas, como invitar al malogrado John John Kennedy a bucear con él en las aguas donde buscaba los restos del barco, para así salir en la prensa rosa y hacerse publicidad.
Finalmente, consiguió convencer a varios inversores prometiéndoles unas ganancias astronómicas: les aseguró que el valor del tesoro que contenía el barco podía alcanzar los 400 millones de dólares, aunque finalmente, una vez recuperado, no llegó ni a diez. Por eso ahora, con el supuesto hallazgo de la carabela de Colón es como si le hubiera tocado la lotería. El History Channel le ha comprado los derechos del descubrimiento para hacer un documental. Aunque finalmente no encuentre ningún resto de valor, él ya ha sacado beneficio.