Khodovarikha es una península que se adentra en el Mar de Barens, muy cerca del Ártico. Un lugar aislado situado a más de una hora en helicóptero de cualquier sitio habitado. Y en es elugar aislado vive el meteorólogo ruso Vyacheslav Korotki. Su compatriota, la fotógrafa Evgenia Arbugaeva ha retratado su vida cotidiana.
El investigador chequea los aparatos que utiliza para medir la temperatura, bajo la bóveda celeste, iluminada por la aurora boreal.
El investigador fente al abandonado faro de madera de la península de Khodovarikha. Tiempo atrás, ese faro fue de vital improtancia para la flota rusa que navegaba por esta zona.
Trece años lleva este hombre viviendo en tan remoto lugar. Aunque aprezca extraño, no echa de menos el mundo civilizado. «El rtuido de la civilización ha llegado a molestarme», afirmó.
Un hilo con el mundo exterior
Esta vieja radio es el único medio que el meteorólogo tiene de comunicarse con el mundo exterior. Al término de cada estación recibe la vista de un equipo que le lleva provisiones y material de trabajo. Curiosamente, el investigador está casado y su esposa le vista tres días al año.
Entre las aficiones de este robinsón ártico está realizar construcciones con cerillas. Un trabajo minucioso y delicado que le ayuda a pasar las interminables horas del día.
El investigador no vive completamente solo. Le hace compañía un periquito llamado Kesha. El meteorólogo bromea diciendo que, si siguen allí algunos años más, el pájaro acabará aprendiendo a hablar.