Sobre el perfil horizontal de Londres se alzará un nuevo mástil desafiante, pero cálido. El habitual vidrio de los rascacielos se apoyará aquí en una estructura de un material milenario, olvidado y redescubierto ahora como gran promesa sostenible: la madera. En ella se forjará el alma de un edificio de 200 metros en plena zona del Barbican, el barrio diseñado el siglo pasado para introducir la vivienda residencial en el corazón londinense.
El estudio de arquitectos PLP, los ingenieros Smith and Wall y el Centro de Innovación de Materiales Naturales de la Universidad de Cambridge lo presentaron en abril como proyecto experimental junto al alcalde de la capital británica bajo el robusto nombre de Oak Timber Tower (Torre de Madera de Roble), hoy sustituido ya por el más práctico mote The Splinter (la astilla). Estaría formado por mil viviendas y constituiría un triunfo para el movimiento que clama por sustituir el acero y las vigas de hormigón por troncos de árboles procesados, y no solo en casas de mediana altura, también para construcciones de gran talla.
Competición hacia arriba
El primero en mirar por encima del hombro a muchos vecinos de hormigón fue el bloque de viviendas Treet, en Bergen (Noruega), inaugurado en 2015. Pero sus 14 pisos se han visto retados por los 18 de una residencia universitaria ya en construcción en Vancouver (Canadá), cuya finalización está prevista para 2017.
El orgullo del título no le durará mucho, en vista de la acumulación de proyectos ya anunciados: el edificio Haut se elevará en la ciudad de Amsterdam, 21 plantas superadas con osadía por las 40 del Trätoppen de Estocolmo. En el reino neoyorkino de los rascacielos, los arquitectos Skidmore, Owings & Merrill, diseñadores del nuevo One World Trade Center en Manhattan, han movido ficha con un estudio sobre la clave de este repentino amor por la materia natural: su menor impacto en el medio ambiente.
Obras sin ruidos, ni escombros
Según declaraba en una charla TED el arquitecto Michael Green, mientras el procesamiento del acero y el hormigón suponen respectivamente el 3 yel 5% de las emisiones de CO2 causadas por los humanos, un metro cúbico de madera almacena casi una tonelada de ese gas. Su uso ayudaría por tanto a reducir la huella de carbono de la construcción, que en EE. UU. supera a la del transporte en un 14%. Este nuevo horizonte ha llegado gracias a innovaciones tecnológicas en el terreno de la arquitectura y la ingeniería de materiales, especialmente los paneles contralaminados o CLT.
Se preparan a medida y llegan a la obra listos para el ensamblaje. Su ligereza puede reducir a una cuarta parte el peso del edificio, que requiere así cimientos más pequeños. Y el sistema permite “una ejecución mucho más rápida, sin escombros ni ruidos, además de más metros útiles y una gran eficiencia energética” por el efecto aislante de los paneles, como explica Ana San Millán, directora comercial de Altermateria, una consultora española especializada en construcción con estos materiales. Su empresa asesoró la construcción más elevada en España: el edificio de viviendas de cinco plantas en Lérida proyectado por el arquitecto Miguel Rodríguez Nevado. Sus habitantes disfrutan también de un aislamiento acústico 12 veces mayor que el del hormigón.
¿Y si se quema?
A pesar de estas ventajas, seguimos asociando una casa que fue bosque con el riesgo de incendios. Sin embargo, los arquitectos que las construyen coinciden en recordarnos lo laborioso de encender una hoguera solo con troncos. Estos necesitan una fuente continua de calor y, si prenden, las llamas carbonizan su capa externa y la transforman así en una protección para el interior. Además, no colapsan como el acero, “la madera laminada es el material que mejor cumple la normativa vigente ante el fuego sin tratamiento adicional”, aduce San Millán, quien destaca también la excelente respuesta ante posibles seísmos “porque absorbe mejor que otros materiales las fuerzas dinámicas”.
El temor a las termitas también queda despejado: la humedad no supera el 14% y –aunque así ya no resulta nutritiva para agentes externos– en las zonas de riesgo se aplica un biocida. Más allá de la propia obra, surge también la oportunidad de relanzamiento para el sector forestal. El proyecto londinense, por ejemplo, se surtirá de D.R. Johnson, un aserradero tradicional de Oregón (EE. UU.) que ha virado hacia el futuro apostando por la innovación.
El emocionante desafío ahora se centra en probar y poner en práctica los materiales y las técnicas en todos los entornos posibles. Empezando por el cielo londinense.