Las preguntas que surgen en torno a esa pregunta nos dan muchas pistas de en qué pensamos cuándo hablamos de sexo

¿A qué nos referimos cuando hablamos de sexo? En 2011, el entonces llamado canal Arte estrenó un documental titulado “L’empire des sans”, traducido como “Los sin sexo”, un juego de palabras en francés con el título de la clásica película erótica japonesa “El imperio de los sentidos”. En el documental se retrataba a una sociedad japonesa donde parecía que cada vez tenían menos relaciones sexuales, una sociedad rara en dónde pasan cosas raras, implicando con un cierto tono de condescendencia que esa gente no sabía disfrutar de la vida. En ese momento se hablaba de tener menos “sexo” como una especie de ausencia de relaciones sexuales.

Diez años más tarde, a nadie se le ocurre hacer un reportaje en el que se plantee de esa manera. Hoy día no es raro relacionar el fenómeno de tener menos sexo con ser, en realidad, asexual en alguno de sus grados. Es decir, en lugar de referirse a la ausencia de sexo como sinónimo de no tener relaciones sexuales, se utiliza más bien como una orientación o identidad. Y esa identidad, dentro de sus múltiples manifestaciones, a veces, puede significar que se tengan pocas relaciones sexuales o ninguna. Esta es la premisa del nuevo documental de Arte.tv, “No Sex”, en el que se muestran entrevistas con distintas personas que han dejado de tener relaciones sexuales por un motivo u otro (abusos, rehabilitación del uso de drogas durante el sexo o “chemsex”, un divorcio traumático o asexualidad, entre otras).

Pero ¿en qué pensamos cuando hablamos de sexo? Del mismo modo que hablar de términos con tantos significados posibles como el amor o la libertad complica los debates hasta el infinito, hablar de tener más o menos sexo también lo hace. En su lugar, sería mucho mejor si nos acostumbrásemos a olvidarnos del sexo como algo genital y reproductivo, que fue el paradigma en el que empezamos a entrar a finales del siglo XVIII.

¿Quiere esto decir que el sexo ya no se piensa como algo sexual y reproductivo? ¡Al revés! Es un paradigma al que le cuesta irse y que, de diversas maneras, se vuelve a encarnar una y otra vez con distintos disfraces para llevarnos de nuevo a identificar sexualidad y genitales, algo que ya intenté explicar durante la pandemia.

No es de extrañar que hablemos de genitales cada vez que hablamos de algo relacionado con sexo cuando, al buscar datos sobre encuentros, intimidad o prácticas sexuales, usamos los que da una marca de preservativos.

Las relaciones sexuales no son una tarea que cumplir

Pensamos que en estos debates, si concretamos a qué nos referimos, podremos entender mejor el problema. Pero es complicado entender algo mejor si partimos de conceptos equivocados. El concepto de las relaciones sexuales puede ser útil como eufemismo para no decir “follar” (en el sentido amplio y no como pene-en-vagina), pero ese concepto sigue llevando implícito que las relaciones sexuales son una especie de trabajo, algo que problematiza mucho más esos encuentros, como ya se escribió en los años 60 y compartí hace algún tiempo en mi blog.

Seguimos pensando en tener sexo o tener relaciones sexuales como una especie de trabajo, de tarea, de actividad que empieza en un momento concreto y termina en un momento concreto. Y como consecuencia, nos preocupa mucho que descienda el Producto Sexual Interior Bruto, que baje la Renta Sexual per Cápita, como si debiéramos “producir” encuentros sexuales, como si debiéramos tener sexo para mantener la media, para proteger las relaciones, para poner a nuestro país por delante en el ranking mundial.

Lo que ocurre en la cama

Lo que todo el mundo sabe, o sospecha, es que existe un problema en la cama, como punto de encuentro inevitable de las parejas al final del día. Por eso en muchas relaciones se evita ese momento y, en su lugar, cada cual se acuesta a una hora, o se acuestan a la vez pero con el móvil, o viendo una serie. Nada más terrorífico que encontrarse en un dormitorio al final del día habiendo dejado el móvil fuera de la habitación. “Lo necesito como despertador”, me dicen a menudo en consulta, como si hubieran desaparecido los despertadores de toda la vida. Cada cual se inventa una disculpa para evitar el vértigo de encontrarse a solas con alguien en una habitación cuando ya se ha pasado el entusiasmo por compartir y conocerse de los primeros años.

El problema no está en la cama, sino que la cama se convierte en uno de los escenarios donde se hacen más visibles muchos problemas de convivencia que somos capaces de olvidar durante el día mientras trabajamos, estudiamos, hacemos tareas, o nos ocupamos de la crianza.

Y los problemas de convivencia son MUCHOS. Tanto laborales, como familiares, personales y también relacionales o interpersonales. Y cuántos más problemas haya, y menos se hablen, menos se hablarán. Eso lleva a que los miembros de la relación cada día se sientan más solos.

Sumemos a eso todo lo que NO nos han enseñado sobre la sexualidad real entre seres humanos: que por muy diferentes razones, sutiles y complejas, es común pasar meses o años sin relaciones sexuales, que es complicadísimo situarse en los cambios que se producen en nuestra red de afectos cuando crecen las familias con nuevos miembros que nacen, se adoptan, se unen…y que eso afecta a nuestras ganas. Que no sabemos qué hacer con nuestras fantasías más inquietantes. Que no sabemos si le va a parecer bien a nuestra pareja que nos masturbemos cuándo no está. Que no sabemos cómo comentar todos estos temas.

Todo eso hace que, al ser una faceta de nuestras vidas sobre la que nos cuesta hablar, porque sólo tenemos los conceptos (reproductivos) de hace dos siglos y porque en la terapia de pareja convencional se siguen haciendo recomendaciones matrimoniales, terminamos por preferir dejar en el sótano de la relación todo lo que nos recuerda a las relaciones sexuales, como si, dejando nuestros genitales, no se quedaran ahí abajo nuestras ganas, nuestros deseos, nuestros momentos de vulnerabilidad compartida y nuestros descubrimientos.

Miguel Vagalume es terapeuta y formador de la Escuela Sexológica