Si hay una técnica que el hombre ha perfeccionado a lo largo de la historia es, por desgracia, cómo matar al prójimo de la forma más eficaz, más dolorosa, más cruel o más rastrera. Y por supuesto, el avance imparable de la tecnología favorece un nuevo imaginario para este sucio asunto.

Según informa la web Motherboard, el pasado jueves por la noche la sangre corrió en las calles de Dallas. Cinco agentes de policía fueron abatidos por un joven negro de 25 años que quería vengarse de la violencia policial que según él se utiliza contra la gente de su raza. En respuesta al ataque y temerosos de que el joven en su delirio siguiese matando policías, los cuerpos de seguridad decidieron mandar un robot cargado de medio kilo de explosivo militar C4 al lugar donde Johnson se escondía y lo hicieron estallar.

Pensemos o no que la decisión policial ha sido la acertada, la acción invita a la reflexión. Es la primera vez en la historia que un cuerpo de seguridad mata a un sospechoso de esta forma. Este robot fue diseñado inicialmente para desactivar bombas, no para estallarlas. ¿Es ética esta decisión?

Según explica Ryan Calo, profesor de derecho especializado en cibernética de la Universidad de Washington, «es básicamente una versión improvisada de un ataque de drone. Podían haber elegido lanzar una granada, pero esto es algo más creativo».

Pero no es tan sencillo. Estas acciones en las que los robots se utilizan con fin de llamar al orden o asesinar a un sospechoso de forma segura ¿debería dar lugar primero a una nueva legislación que marque ciertos límites?

Redacción QUO