Pedro Sánchez ha incluido en su programa a la secretaría general del PSOE, una propuesta para que los robots paguen impuestos. El candidato socialista se suma así a una corriente que cada vez cobra más fuerza en todo el mundo. Benöit Hamon, candidato socialista a la presidencia de Francia, también la llevaba en su programa electoral, y el pasado mes de marzo el mismísimo Bill Gates se mostró partidario de esta medida.

De hecho, en junio de 2016, Mady Delvaux europarlamentaria del grupo de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas, presentó una propuesta en el Parlamento Europeo para la creación de un marco jurídico que regulase los «derechos» y «obligaciones» de los robots en el nuevo marco laboral que se avecina. Y en dicha propuesta se incluía la necesidad de estudiar la manera de que cotizasen a las respectivas haciendas de cada país.

Quienes defienden esta medida lo hacen en busca de un método que permita, compensar a esa parte de la población cuyos empleos peligran por causa de la robotización. Es la postura que sostiene Bill Gates, quien afirma que con el dinero recaudado a los robots se podrían financiar la formación necesaria para recolocar a las personas desplazadas por la automatización, en otras áreas laborales que no sean susceptibles de ser robotizadas. Gates considera también que esa mano de obra «de sobra» podría ir dirigida a funciones sociales, como la ayuda a los ancianos o la sanidad.

Pero, más allá de la visión humanista y solidaria de gente como el magnate, hay quien también apoya la creación de este impuesto por cuestiones meramente burocráticas y económicas. Según un estudio de la Universidad de Oxford, la robotización podría acabar con el 43% de los puestos de trabajo existentes en la actualidad. El aumento del paro sería brutal, y también brutal sería la caída de ingresos del estado vía impuestos y cotizaciones a la seguridad social.

Pero la idea también tiene sus detractores, muchos de ellos (como es lógico) en la industria robótica. Así, los responsables del área de automatización de la compañía alemana VDMA, afirmaron que un impuesto como ese solo sería viable a largo plazo, en medio siglo o más. Antes, según ellos, habría que definir muchas cuestiones, entre ellas ¿cómo se decidirán las cotizaciones de los robots? ¿Se hará un único pago por cada unidad? ¿O habrá que cotiza mes a mes durante toda la vida laboral del empleado robótico?

Aunque hay quien no lo ve tan complicado. Como David Autor, economista del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), quien cree que un impuesto a los robots sería compatible con la política fiscal del mundo actual, al igual que ya se paga uno por las líneas telefónicas para cubrir los gastos del servicio, o por las casas.

Y tampoco falta quien cree que al final la cosa no será para tanto y que los robots no acabarán destruyendo tantos puestos de trabajo como se cree.Así, según cifras facilitadas por The Economist, la cifra de cajeros por sucursal bancaria en Estados Unidos disminuyó de 20 a 13, entre 1998 y 2004. Pero el ahorro en que supuso en el mantenimiento de dichas sucursales permitió abrir otras y, al final, se crearon más puestos de trabajo en dicho sector de los que se destruyeron.

¿Qué pasará entonces? Nadie lo sabe con certeza. El futuro es incierto por definición, aunque seguro que la irrupción de la robótica en el mundo laboral dará lugar a una etapa que, aunque no sea apocalíptica, tampoco será sencilla. Y el impuesto a las máquinas podía ser una de las medidas que ayuden a hacerla más llevadera.

Vicente Fernández López