Facebook sabe mucho de nosotros y se dispone a insertarnos a cada uno publicidad personalizada. Por ejemplo, harán que un soltero de treinta y tantos vea anuncios de páginas de contactos, mientras que una adolescente aficionada a la música se encontrará con publicidad de los festivales. Ya antes, en 2006, la RIAA (asociación de la industria discográfica en EEUU) se había dedicado a rastrear a los usuarios de las redes P2P, y aquel año demandó indiscriminadamente a cientos de personas por intercambiar archivos, consiguiendo las direcciones IP de aquellos que no contrataron a tiempo un abogado. Una abuela de 66 años de Louisville que vivía de la seguridad social tuvo que pagar 6.000 dólares por las 872 canciones que habían descargado sus nietos, para evitar un juicio y males mayores.
¿Qué se puede saber de nosotros cuando estamos conectados? ¿Estamos a salvo de los anunciantes (Paloma Pomares*) ? ¿Y de las compañías discográficas?

¡Soy minerooo!

Cada vez que alguien entra en una página web, su dirección IP –esa especie de número de matrícula de nuestro ordenador– queda registrada. En definitiva, todo lo que se haga en internet deja una huella que se puede rastrear. Lo que resulta complicado es asociar una dirección IP a una persona concreta. Facebook vende sus anuncios para un grupo de personas, por ejemplo, solteros. Pero no puede identificarlos con nombre y apellidos frente al anunciante. Sin embargo, la RIAA necesitó descubrir quién estaba detrás de cada conexión a internet para presentar la demanda; y lo logró.
Y eso que estos millones de conexiones no generan más que montañas de registros con sus direcciones IP, horas de conexión, actividades, todo ello en forma de números. Descubrir entre ellos los comportamientos de una persona o un grupo es como buscar una aguja en un pajar. Así es como ha nacido el data mining, o “minería de datos”. Gracias a ella se puede dar sentido a esta montaña de cifras. Por ejemplo, en EEUU funciona el Falcon Fraud Manager, un sistema informático que analiza los millones de transacciones realizadas con tarjetas de crédito para detectar fraudes, rastreando patrones anómalos de compra y otros indicadores. Este sistema protege hoy más de 450 millones de pagos con tarjeta anuales en todo el mundo, tres cuartas partes del total que se realiza. Es algo que el FBI comenzó a hacer también en 2002 para detectar terroristas.
De hecho, la minería de datos moderna nació asociada a las compras, durante un almuerzo a principios de los 90 entre un ejecutivo de los almacenes Marks & Spencer y el especialista en tratamiento de bases de datos (Pau Cazorla**) de IBM Rakesh Agrawal. El ejecutivo se quejaba de que disponía de todo tipo de datos sobre sus clientes, pero no sabía qué hacer con ellos. Agrawal diseñó un sistema informático para responder a preguntas concretas sobre los datos.

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Paloma Pomares Moraga

(*) Dinero a cambio de información

Nuestra amiga cuenta que: “Hay empresas como TNS, TalkToChange.com, OpinionBar.com, que hacen encuestas con datos personales, como salario medio, hábitos, etcétera, o directamente sobre marcas comerciales, a cambio de recargas de teléfono o premios”.

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Pau Cazorla Payán

(**)La torpeza de las listas robinson

Andrés Táboas, otro lector, nos puso sobre la pista: “Hay unas listas Robinson en las que puedes registrarte para que no te llamen o no utilicen tus datos y no te envíen publicidad”. Pero Pau dio en la clave de su inutilidad: “Los ciudadanos se inscriben gratis, pero las empresas han de pagar para poder consultarlas”.

Redacción QUO