Cuando Lauren y James McIlvenna regresaron a su hogar irlandés tras un día de trabajo, les recibió la avalancha de cariño a lametazos de su labrador hembra. Todo alborozo y actividad. Ni pizca de culpa. Tras ella, en un amasijo de jirones, lo que hasta entonces había sido el álbum de boda de la pareja. Para la incansable Sandy, un antídoto más contra el aburrimiento.
El incidente fue recibido como señal de colmo por James, que decidió entregar su saber de diseñador industrial al entretenimiento sin destrozos de su mascota. Fue el inicio de Dog Day Design LTD.
“Los juguetes en el mercado me parecían básicos y rudimentarios. Necesitaba algo para calmar ese exceso de energía, algo que ella pudiera mordisquear, lo que más le gustaba”. Consultó con educadores caninos y veterinarios y se decidió por desarrollar pelotas en las que esconder alimentos que el animal tuviera que sacar. “Empecé con un tamaño adecuado para Sandy –su primera probadora– y otros perros de más de 8 kilos, de estatura media”.
Junto a un amigo, también diseñador, recurrió a una impresora 3D para un proceso de prueba y error que les robaría gran parte de su ocio durante un año. Entre los materiales blandos adecuados para la fabricación, descartaron el caucho por no ser reciclable y se decidieron por el TPE (elastómero termoplástico), que sí lo era. Además de resistente, blando y “achuchable”.
Pero su gran idea fue conectar las pelotas entre sí, para construir estructuras con distintos niveles de dificultad. “Así, el perro tiene que ejercitar su cerebro. Algunos las separan con la boca, otros se ayudan con las patas, las lanzan al aire o fijan una parte en un mueble para girar la otra”, explica. Porque las piezas encajan entre sí con un sistema de triple anillo. La parte más difícil de afinar para McIlvenna. “Tenía que ser fácil de ensamblar para los humanos y complicado, pero posible, de separar para ellos”, recuerda. Finalmente lo consiguieron y empezaron a venderlos con el nombre de K9 Connectables.
Ahora vendrán los tamaños mini y XXL y combinaciones más específicas para las necesidades de cada raza. “Hay que pensar que empezamos por domesticar perros para distintas tareas: cuidar la casa a base de ladridos, rastrear presas, traernos objetos. Esas habilidades siguen ahí y hay que fomentarlas adecuadamente”, dice McIlvenna, que se basó para sus productos en otra recomendación de los profesionales: “Me decían que muchos perros tienen la tendencia ancestral de escarbar y rebañar restos a la hora de comer y, si les presentas la comida en un cuenco, la devoran sin masticar. Eso puede incluso sentarles mal”. Los expendedores con truco evitan el problema.
Industria en alza
La historia irlandesa refleja un patrón frecuente en el boyante sector del diseño para mascotas. Ideas que parten de la experiencia de los dueños y, a menudo, utilizan como trampolín las plataformas de financiación colectiva, como Kickstarter. El éxito está asegurado al mínimo atisbo de buena calidad. En solo 45 días, los muñecos Tearribles superaron en seis veces los 15.000 $ que pedían sus inventores este verano. En breve se podrán recibir estas criaturas, cuyos miembros de peluche fuerte están unidos con velcro de calidad industrial. Un can puede así desmembrar sus patas y cabeza sin destriparlo por completo. ¿Están pues de moda las mascotas? Sí. El mercado español de productos para ellos supuso 1.000 millones de euros en 2015, según un informe sobre el sector de Euromonitor International, en el que se destaca que “los juguetes se benefician del creciente vínculo entre los consumidores españoles” y estos animales. Esos lazos ha convertido en un miembro más de la familia a unas criaturas que “hasta hace 50 años eran casi una herramienta de trabajo más”, reflexiona Daniel LLizarraga, CEO de la fabricante y distribuidora española Gloria Pets.
Cada vez más publicaciones especializadas se refieren a los tradicionales dueños como “padres”. Y ya se sabe que los padres, además de cariño, tienen tarjeta de crédito. La industria es consciente y apela tanto al deseo de cuidarlos como al sentido de culpa por dejarlos mucho tiempo solos. El empeño en garantizar su bienestar ha llevado incluso a que “la pasada crisis se notara, pero menos que en otros sectores”, según LLizarraga.
A pedir de boca
Enrique Solís, director de la empresa de adiestramiento canino LealCan, confirma que el perro necesita “estimulación mental, entretenimiento y quemar energía”. De esos requisitos básicos ha brotado una plétora de artilugios cada vez más sofisticados. Para lanzar, morder, tirar, achuchar, chupar, oler, oír… A la hora de diseñarlos, lo fundamental es el tamaño –que da lugar a tallas variadas en muchos productos–, el talante –juguetón, agresivo, inquieto o cariñoso– y la edad. Y, por supuesto, saber que los perros exploran el mundo y se relacionan con él a través de la boca. “Es con ella con la que manipulan las cosas, no con las patas”, explica la veterinaria Raquel Alonso, de la Clínica Perseo. Esto obliga a utilizar materiales que no se astillen o rompan con facilidad, para evitar el riesgo de ahogamiento, y a tener en cuenta que la intensidad de la mordida varía entre razas, individuos y etapas de la vida.
Cuando tienen dientes de leche, “necesitarán gomas blandas pero muy resistentes”, explica Lizarraga. Incluso hay líneas de mordedores específicas para esa edad que, igual que en los niños, pueden meterse en el congelador para aliviar el dolor de una dentición incipiente.
Esa blandura es apta también para los más viejitos, cuyo número aumenta gracias a los avances veterinarios. El citado informe de Euromonitor predecía por ello un inminente aumento de productos exclusivos para ellos. La diseñadora Nina Ottosson nos explica que sus puzzles “están pensados para que puedan manejarlos tumbados o sobre el regazo del dueño durante esa etapa”.
Pitidos y pollo asado
Si muerden con gusto, tanto mejor, han pensado en empresas como Nylabone. Su especialidad es aromatizar mordedores con los sabores típicos de una barbacoa. Según anuncian, contribuyen además a limpiar la dentadura. Pero no es el único sentido estimulable. Los típicos muñecos que emitían un pitido al achucharlos imitan ahora el ‘cua, cua’ de un pato, o “el chasquido de un plástico en su interior, que puede recordarles al ruido de fracturar un hueso”, según Lizarraga.
Sin embargo, Enrique Solís llama a la cautela con los juguetes sonoros: “si se les permite accionarlos indefinidamente y sin control, se les puede sobreestimular”. Esa obsesión podría darse también con los lanzadores de pelotas automáticos, si dejamos solo al animal en casa con uno de ellos, igual que cuando un dueño solo ofrece a su mascota la diversión de lanzarle una pelota 30 veces seguidas para que se agote en el parque. El entrenamiento sí puede estimularlo cognitivamente para que vuelva a introducir la pelota en el aparato.
Del mismo modo, Solís advierte que “los juguetes interactivos necesitan supervisión”. Ese nombre se aplica a los dispositivos que esconden alimentos o golosinas. Uno de los más sencillos y conocidos es el llamado Kong, una especie de cono hueco con michelines en el que se puede introducir pienso o alimentos pastosos. Si los congelas, consigues un refrescante helado.
Un diseño mágico
El Kong ha tomado el nombre de su marca. En palabras del CEO de Gloria Pets, que los distribuye, “es como el Real Madrid o el Barça de los fabricantes de juguetes, con un catálogo de unos 500 artículos, de los que renuevan más de cien al año”.
Sin casi marketing, han consolidado su liderazgo gracias a la promoción de sus seguidores en las redes sociales, plagadas de mascotas exhibiendo habilidades con sus artículos. Cuando quisimos saber algo más sobre sus propuestas de diseño, nos contestaron que no podían informarnos “porque hay ciertos aspectos de nuestros productos que consideramos ‘mágicos’ y un tesoro de nuestro corazón”.
No es falta de celo técnico. En su web especifican, por ejemplo, que su hueso sonoro con interruptor lleva un fieltro no abrasivo para no dañar el esmalte de los dientes. Y, en un sector sin regulación legal en cuanto a calidad, han provocado la imitación de otros en su esmero por cumplir requisitos de seguridad equivalentes a los de los juguetes para niños.
Peluches con los ojos cosidos y no pegados, costuras reforzadas y materiales no tóxicos y lavables. En multitud de colores llamativos… para los humanos. “Porque los perros solo son capaces de ver una gama de color mucho menor que la nuestra”, puntualiza Raquel Alonso.
De nuevo, un gancho para los dueños, compartido por todos los fabricantes, que ha teñido de celeste y rosa prácticamente todos los juguetes para cachorros.
Por eso la tendencia a lo ecológico y natural se va a abriendo paso en este mercado. En las webs de las empresas hay referencias al ahorro de CO2 que supone la fabricación nacional o al uso de maderas con certificación de sostenibilidad. West Paw (Montana, EE. UU.) pide a sus clientes que les devuelvan sus artículos fabricados con el material Zogoflex, para reciclarlos una y otra vez.
Los ingredientes eco y con reivindicación natural han llegado también a las golosinas-cebo de los juegos interactivos. Sin conservantes, colorantes e incluso sin gluten, a pesar de que la intolerancia canina a estas proteínas “no es tan frecuente como en los humanos”, reconoce Lizarraga.
Solo en casa
Junto a tal verde sencillez, los últimos tiempos han desembarcado con un cargamento de cámaras, micrófonos, sensores, apps y conexiones wifi. Su misión: aliviar la soledad que impone nuestro ritmo de vida. El recurso a la tecnología incluye monitores de actividad con GPS que nos permitan saber cuánto ha corrido, saltado o reposado nuestro amigo mientras no estamos. Pero, sobre todo, buscan la interacción en los momentos de ausencia. Han aparecido juguetes para conectarnos con un liberador de golosinas en casa a través de móvil y accionarlo a placer. Con un altavoz integrado, podemos incluso animarle a cogerlas o decirle lo pronto que volveremos a casa. Entre los más sofisticados, aunque no se envía fuera de Estados Unidos, destaca Cleverpet, una auténtica consola de juegos con botones activables que encienden luces y sonidos en una frecuencia canina que nosotros no oímos y con opción multijugador online.
Enrique Solís nos cuenta que “aunque la idea en un principio parecía buena, nos estamos encontrando más inconvenientes que ventajas. Para él puede ser confuso oír nuestra voz sin que estemos allí”. Lo ideal, dice, es entrenarle para “quedarse tranquilo estando solo”. Sin más.