Lo cierto es que nadie ha preguntado directamente a una señora mofeta sobre este asunto, pero los investigadores sí han hecho algunas curiosas observaciones… desde la distancia. Según explicaba Jerry Dragoo, profesor de biología de la Universidad de Nuevo México, a Popular Science: «Cuando una mofeta se rocía la cara, reacciona igual que lo haría un perro: frota su cara contra el suelo intentando limpiarse. Claro, que en el caso de la mofeta, sospecho que lo que trata es de aliviar la sensación de ardor que el líquido corrosivo que segrega ha dejado en sus ojos y mucosa nasal.
Pero en cuanto a lo que se refiere al aroma en si, la cosa podría ser diferente. Las mofetas poseen un olfato muy sensible, que les permite encontrar comida o explorar su entorno. A diferencia del ser humano, las mofetas parecen haberse adaptado a su mal olor y no aparentan sufrir mucho cuando se ven impregnadas de su fétido aroma. «He visto a estos animales en trampas impregnados de este olor y no parecía sufrir demasiado», afirma Dragoo.
El componente más pestilente en el líquido que sueltan las mofetas es el tiol, una compleja combinación de químicos sulfúricos formado por un átomo de azufre y un átomo de hidrógeno. Nuestras narices humanas son tan sensibles a este olor, que suele añadirse al gas natural para que podamos detectar fugas rápidamente.
Por su parte, William Wook, profesor de química en la Universidad Estatal de Humboldt, asegura que «una exposición prolongada a este aroma puede conducir a una fatiga olfativa que provoque que la persona deje de detectar el olor». Además, añade que ha notado esta fatiga incluso con spray de mofeta, por lo que presume que ellas deben estar ya completamente inmunizadas.
Fuente: popsci.com
Redacción QUO