Nuestro cosmos es testigo de espectáculos maravillosos, como la formación de las estrellas y los efectos colaterales que este bello nacimiento genera. Nuevas estrellas adornan nuestro firmamento cuando una nube de gas, mucho más masiva que nuestro Sol, colapsan bajo su propia gravedad.
En esta ocasión ha ocurrido a 1.350 millones de años luz de distancia, en la constelación de Orión. Allí tiene lugar el nacimiento de un gran número de estrellas, concretamente en la llamada nube molecular de Orión. Según explica la Agencia SINC, «en las regiones más densas, las protoestrellas se encienden y comienzan a amontonarse sin control. Con el tiempo, algunas estrellas comienzan a caer hacia un centro común de gravedad, dominado generalmente por una protoestrella particularmente grande. Si antes de que puedan escapar de su vivero estelar, algunas estrellas se acercan mucho entre sí, pueden tener lugar violentas interacciones».
En un tiempo muy muy lejano, hace unos 100.000 millones de años, varias protoestrellas comenzaron ha formarse en la nube molecular de Orión. La gravedad hizo su trabajo y provocó que estas se atrajesen entre sí a una velocidad cada vez más grande. Al final, ocurrió lo inevitable: hace 500 años, dos de ellas chocaron. Aunque los investigadores no saben seguro si fue un choque leve o frontal, sí conocen sus efectos: una gran erupción que «desencadenó que tanto las protoestrellas cercanas como cientos de colosales chorros de gas y polvo, en forma de serpentinas, salieran despedidos hacia el espacio interestelar a más de 150 kilómetros por segundo. Esta interacción cataclísmica liberó tanta energía como la que emitiría el Sol en 10 millones de años».
500 años después los astrónomos de la Universidad de Colorado han enfocado su atención al interior de esta nube. Allí descubrieron los restos de lo que en su día fue un gran espectáculo de fuegos artificiales con serpentinas gigantes que salieron disparadas en todas las direcciones. Aunque pueda parecer un acontecimiento único, en realidad los investigadores creen que puede ser bastante común y que estos eventos «podrían ayudar a regular el ritmo de formación de estrellas en estas nubes moleculares gigantes».
Fuente: Agencia SINC
Redacción QUO