Prácticamente cualquier elemento único y dotado de cierta belleza de la fisiología de un animal, ha evolucionado para ayudar a que ese animal aumente sus probabilidades de reproducción. Los pavos reales y las aves del paraíso lucen sus plumas brillantes, los elefantes marinos desarrollan protuberancias específicas para rugir más fuerte durante la temporada de apareamiento y así con muchas otras especies, incluso los humanos.
A menudo la evolución se resume como la “supervivencia del más apto”, pero eso es un poco simplista. En realidad, los organismos capaces de reproducirse, no necesariamente son los depredadores más fuertes o los más exitosos, que transmiten su código genético a la próxima generación. Durante años, los conservacionistas han debatido si los animales con mayor dimorfismo sexual (las diferencias físicas entre machos y hembras) estaban mejor equipados para adaptarse y sobrevivir en la naturaleza.
Pero, de acuerdo con un reciente estudio publicado en Nature, esos desarrollos únicos podrían no ser tan buenos para la especie en su conjunto. Los autores de la investigación descubrieron que algunas especies de crustáceos que habían desarrollado rasgos para atraer mejor a sus parejas se extinguieron diez veces más rápido que las especies con menos diferencias físicas entre machos y hembras.
Hasta ahora, ese debate se ha restringido a estudios de organismos vivos, porque puede ser difícil distinguir el sexo de un animal a partir los registros fósiles. Pero los responsables del estudio hallaron tales diferencia: los machos tenían conchas más largas y más grandes.
Los resultados mostrarían que más grande no siempre es mejor. Según explican en un comunicado, los investigadores descubrieron que la especie en la que los machos parecían más diferentes, tendía a extinguirse después de unos pocos miles de años, un abrir y cerrar de ojos en términos evolutivos, mientras que las otras especies persistían millones de años. Este nuevo conocimiento permitirá crear mejores estrategias de conservación.
Juan Scaliter