Por un momento, imagina que eres una señal sonora que desea llegar al cerebro en avión. Para embarcar, primero tienes que cruzar un gran pasillo en forma de embudo (que es el pabellón auricular), al término del cual debes golpear con fuerza una membrana llamada tímpano con el fin de mover tres huesos (martillo, yunque y estribo), pues de otra manera no podrás pasar el filtro de la aduana. Por último, debes caminar por una puerta llamada órgano de Corti para dirigirte a tu asiento. La pista de despegue parece el caparazón de un caracol (que es la cóclea); por medio de los nervios llegarás a tu destino final, el cerebro.
Así es el recorrido que el sonido hace a través del oído interno, el cual no solo capta ondas sonoras: también ayuda a mantener el equilibrio gracias a unas pequeñas estructuras llamadas otolitos, que permiten percibir la gravedad. El 60% de la población mundial sufre de pérdida auditiva leve, 30% moderada y el 5% profunda.
Redacción QUO