Desde hace un tiempo, el Hospital Western de Toronto (Canadá) se ha convertido en centro de peregrinación de enfermos desahuciados por el vademécum habitual: pacientes en situación extrema de obesidad, anorexia, depresión, párkinson o alzhéimer en fase precoz. Hasta este hospital llegó un hombre entrado en carnes y quejoso por no encontrar remedio alguno para su voraz apetito. Uno de sus investigadores, el neurólogo sevillano Andrés Lozano, le implantó un pequeño neuroestimulador bajo la piel para que, mediante impulsos eléctricos, se hiciese con el control de determinados puntos del cerebro responsables del apetito. El paciente, de 50 años y 190 kilos de peso, no adelgazó, aunque los electrodos sí consiguieron eliminar el placer de comer y reducir los niveles de ansiedad que presentan algunos trastornos de alimentación. Pero ocurrió algo insospechado: los electrodos tocaron alguna zona que le hizo revivir recuerdos de hacía 30 años con total nitidez y detalle.
Sin pretenderlo, Lozano acababa de topar con el acicate que necesitaba para explorar la posibilidad de revertir el proceso del alzhéimer estimulando los circuitos responsables de la memoria. Aunque ya ha tratado de forma experimental a 25 personas, faltan aún unos meses para que haya resultados concluyentes. En otras dolencias, como el párkinson y el trastorno obsesivo compulsivo, ya se ha superado su fase experimental. Cada diagnóstico es un desafío para Lozano, y una oportunidad para completar el mapeo eléctrico del cerebro, escrutar cómo se mueven las moléculas entre neuronas y actuar sobre ellas si se vuelven díscolas, aumentando o frenando su actividad con estimulación cerebral profunda.
El lenguaje eléctrico del cuerpo
El neurólogo sevillano confía en que “en el futuro permitirá un tratamiento más personalizado y preciso de la enfermedad mental, e incluso de algunas adicciones, colocando los electrodos en los centros de recompensa. Ya hay un centenar de investigaciones abiertas”. Pero el reto es la depresión, que afecta a más de 350 millones de personas. Falta bastante ensayo, y mucho error, pero la electrocéutica, cuyo fin es tratar patologías con impulsos eléctricos sobre el sistema nervioso o un órgano específico, emerge en el terreno de la salud con un a capacidad todavía incalculable. Científicos de todo el mundo estudian el efecto en las funciones del organismo y su enorme potencial curativo. La ventaja frente a los fármacos es su precisión, poder intervenir solo en las áreas afectadas.
La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA ) de EEUU aprobó un implante que ayuda a reducir la frecuencia de las convulsiones en los pacientes epilépticos
El intento de descifrar el lenguaje eléctrico del cuerpo humano es milenario. “La estimulación eléctrica más básica se ha usado, por ejemplo, en la acupuntura. Pero desde hace años se está investigando en varios campos de la medicina, como la oncología, aunque es en la neuroinmunología donde se están obteniendo más avances y aplicaciones”, explica Ricard Cervera, jefe del servicio de Enfermedades Autoinmunes del Hospital Clínic, de Barcelona. “Los circuitos neuronales”, dice, “son capaces de modular las respuestas inmunes mediante la detección de mediadores inflamatorios y el reenvío de señales hacia el sistema inmunitario”.
Ensayos contra la diabetes y el asma
Así lo cree también Ferrán J. García-Fructuoso, director científico del Servicio de Reumatología del Hospital CIMA: “Hace tiempo que todos sabemos que las señales eléctricas regulan importantes funciones del organismo: el ritmo cardíaco, el sistema nervioso, la tensión arterial… Sin embargo, la interacción entre señales eléctricas y el sistema inmunitario es más reciente. Se han realizado estudios piloto en pacientes con enfermedades graves altamente resistentes a los tratamientos habituales, como artritis, asma y diabetes incontrolada. Precisamente, la modificación de la producción de una subpoblación de linfocitos llamados células T (muy implicadas en las enfermedades autoinmunes), en el bazo, como respuesta a estímulos eléctricos, es una de las líneas que más atrae a la industria farmacéutica, que reconvierte alguna de sus divisiones en la llamada electrocéutica”.
Como muestra de esta confianza, el laboratorio británico GlaxoSmithKline ha lanzado un fondo de 50 millones de dólares destinado a la investigación en el campo de la bioelectrónica.
Su primera inversión ha sido precisamente en la empresa californiana Set Point Medical, la misma que diseña los equipos implantables en las enfermedades inflamatorias. Con este tipo de tecnología, GSK confía en que antes del final de esta década dispondrá de un tratamiento que hable el lenguaje eléctrico del cuerpo y sea aprobado por las autoridades.
La Universidad Johns Hopkins está desarrollando para pacientes con alzhéimer un dispositivo que estimula la zona donde se inician los recuerdos y el aprendizaje
¿Pero qué sabemos de momento de este idioma? “No mucho”, responde García-Fructuoso, “ni siquiera hemos sido capaces de diseñar el mapa completo de respuestas eléctricas del sistema inmunitario, aunque sí sabemos localizaciones concretas para bloquear las vías del dolor”. Según los científicos, la posibilidad de que los implantes eléctricos reemplacen a algunos medicamentos es alta. Ciertas compañías distribuyen equipos experimentales para el control de la diabetes, el trastorno depresivo y el hipertiroidismo. “Con mucha probabilidad empezaremos a incorporar electrocéuticos al arsenal terapéutico, de forma complementaria a los fármacos habituales y en pacientes de perfiles muy concretos”, señala García-Fructuoso. Probablemente, la reumatología y la oncología sean las especialidades médicas donde más se ha avanzado en mejorar la calidad de vida de los pacientes. Por eso, no estaría de más que cualquier paciente con una enfermedad reumatológica diagnosticada hace más de 5 años reevaluase su situación.
En el Congreso Anual del Colegio Americano de Reumatología de 2012 se presentó un primer estudio piloto sobre 8 pacientes con artritis reumatoide y mala respuesta al metotrexato y al antiTNF utilizando estimulación eléctrica del sistema nervioso parasimpático. La respuesta pudo considerarse buena o muy buena; y la tolerancia, excelente. Pocos científicos como el inmunólogo Kevin Tracey, del Instituto Feinstein, en Nueva York, han dedicado tantos esfuerzos a averiguar el control del cerebro sobre el sistema inmunitario y la inflamación que ocasiona cuando este queda fuera de control a causa de una enfermedad autoinmune, como la artritis reumatoide o la enfermedad inflamatoria intestinal. Sus pesquisas apuntan al nervio vago, que transmite las señales entre el cerebro y los órganos viscerales afectados. La estimulación de este nervio podría frenar el ritmo de las células inmunitarias hacia el lugar de la lesión o infección. El efecto es similar a los fármacos llamados alfa bloqueadores TNF, que bloquean la liberación de la molécula decisiva que provoca la inflamación. Son fármacos cuya eficacia se pierde con el tiempo y los resultados no pasan del 50 al 70% de los pacientes. Además, entre sus efectos secundarios están las infecciones y el cáncer.
Un implante que acabó con el dolor
Tracey acaba de presentar en la revista Arthritis and Rheumatism sus resultados con un paciente bosnio cuyo trabajo como repartidor de furgoneta se convirtió en una auténtica agonía a causa de la artritis reumatoide. La dolorosa hinchazón en manos, muñecas y codos le impedía cualquier movimiento. El dolor no cedía ni siquiera con medicación. Poco a poco fue abandonando su rutina diaria: pimpón, trabajo… Llegó un momento en que ni siquiera podía coger en brazos a sus hijos. Tuvo la suerte de formar parte, junto a otras once personas, en un tratamiento experimental basado en un implante eléctrico que debía instruir a sus células inmunitarias la retirada. El resultado no se hizo esperar. El dolor se detuvo. La proteína inflamatoria, generalmente elevada en estos pacientes, también se doblegó. Y no hubo efectos secundarios graves. Su relato resulta muy alentador para las más de 200.000 personas que padecen artritis en España y las 20.000 nuevas que se diagnostican cada año.
“Es de esperar”, concluye Ricard Cervera, “que los alentadores resultados preliminares se confirmen.”