El grafitero británico Banksy es reconocido por crear obras de arte sin más propósito que criticar el sistema. Su objetivo jamás es venderlas. De hecho, la única vez que lo hizo, fue en Central Park, Nueva York y los afortunados que estaban allí pudieron adquirir piezas de más de un millón de dólares, por apenas 50 euros.

Ya en 2007, un día después de que la casa Sotheby’s de Londres, vendiera tres obras suyas por cifras con seis ceros, el anónimo artista publicaba una sola frase: “No puedo creer, imbéciles, que compren esta mierda”.

Banksy siempre ha expresado de manera muy clara su opinión sobre la comercialización del arte. Quienes quieran comprar alguna de sus obras o conseguir una carta para autenticar alguna en su posesión llegan a la web de su representante, The Pest Control Office (La oficina de control de plagas). Allí se informa a los propietarios, ansiosos por autenticar y vender obras de Banksy, que el proceso de autenticación es “largo y desafiante”, ya que muchas piezas “se crean en un estado avanzado de intoxicación”. En cuanto a comprar legítimamente una obra del artista, la “oficina de Banksy” señala que en ese momento no hay “nada disponible”…algo que ocurre desde hace más de una década.

Ahora, la misma casa que subastó la obra en 2007, había puesto en su catálogo «Girl With Balloon» (Niña con globo), una obra de 2006. Pero en el marco se escondía la última broma de Banksy: en el interior del marco hecho a medida, se ocultaba una trituradora. Cuando el martillo cayó con la oferta ganadora, la obra cobró vida y comenzó a triturarse casi por completo. Lo irónico es que el montaje podría haber aumentado el valor de la obra. Algo que demuestra, nuevamente, que Banksy tenía razón cuando señalaba su incredulidad respecto a quienes “compren esta mierda”.

Irónicamente, el truco y la cobertura de prensa que lo acompaña elevarán sin duda el perfil de la obra de arte y probablemente aumentarán su valor (y su valor de reventa) aún más. A continuación, podéis ver cómo se gestó todo. Así lo relata en su página de Instagram.

Juan Scaliter