Para determinar de dónde proviene un sonido, el cerebro de los animales analizan la diferencia en la llegada del sonido a un oído y al otro, una señal conocida como diferencia de tiempo interaural. Lo que sucede con la señal una vez que llega al cerebro depende de qué tipo de animal se trate.

Los científicos han sabido que las aves son excepcionalmente buenas en la creación de mapas neuronales para trazar la ubicación de los sonidos, y que la estrategia difiere en los mamíferos. Sin embargo, poco se sabía acerca de cómo los reptiles procesan la “diferencia interaural”.

Un nuevo estudio, liderado por Catherine Carr, ha descubierto que los reptiles forman mapas neuronales del sonido de la misma manera que lo hacen las aves.

Hasta ahora, la mayoría de las investigaciones sobre cómo los animales analizan la diferencia de tiempo interaural se había centrado en características físicas como el tamaño y la forma del cráneo, pero Carr creía que era importante observar las relaciones evolutivas. Aunque el cráneo de las aves es muy pequeños en comparación con el de los caimanes, ambos grupos comparten un ancestro común, el arcosaurio, predecesor de los dinosaurios. Los arcosaurios comenzaron a surgir hace unos 246 millones de años y se dividieron en dos linajes; uno que condujo a caimanes y otro a los dinosaurios. Aunque la mayoría de los dinosaurios murieron durante el evento de extinción en masa hace 66 millones de años, algunos sobrevivieron para evolucionar hasta convertirse en aves modernas.

Para estudiar cómo los caimanes identifican de dónde proviene el sonido, el equipo de Carr anestesió 40 caimanes y les pusieron auriculares con diferentes tonos para medir la respuesta de una estructura en sus tallos cerebrales, el núcleo laminar. Esta estructura es la sede del procesamiento de la señal auditiva. Sus resultados mostraron que los caimanes crean mapas neurales muy similares a los medidos previamente en lechuzas y pollos. Los mismos mapas no se han registrado en la estructura equivalente en cerebros de mamíferos.

Los hallazgos, publicados en Journal of Neuroscience, indican que la estrategia auditiva que comparten aves y caimanes, puede tener menos que ver con el tamaño de la cabeza y más con su pasado común.

«Nuestra investigación sugiere firmemente que esta estrategia auditiva en particular evolucionó por primera vez en el ancestro común – explica Carr –. La otra opción, que evolucionaron independientemente la misma estrategia compleja, parece muy improbable. Sabemos muy poco acerca de los dinosaurios. Los estudios comparativos como este, que identifican rasgos comunes que se remontan a través del tiempo evolutivo, contribuyen mejor a nuestra comprensión de su biología».

Juan Scaliter