Los rostros humanos, albergan un cerebro grande, pero son pequeños si los comparamos con otros homínidos ahora extintos (como los neandertales) y con nuestros parientes vivos más cercanos (bonobos y chimpancés). Pero, ¿cómo y por qué evolucionó de este modo?
Un nuevo estudio, publicado en Nature Ecology and Evolution, señala el motivo de la evolución del rostro, desde los primeros homininos africanos hasta la aparición de la anatomía humana moderna.
Y la razón sería un factor que se había pasado por alto hasta ahora: la comunicación social. De acuerdo con los autores del estudio, liderados por Paul O’Higgins, nuestros rostros deben considerarse como el resultado de una combinación de influencias biomecánicas, fisiológicas y sociales.
El equipo de O’Higgins sugiere que nuestros rostros evolucionaron no solo debido a factores como la dieta y el clima, sino también posiblemente para brindar más oportunidades para los gestos y la comunicación no verbal, habilidades vitales para establecer las grandes redes sociales que se cree que ayudaron al Homo sapiens a sobrevivir.
“Ahora podemos usar nuestros rostros para señalar más de 20 categorías diferentes de emoción a través de la contracción o relajación de los músculos – explica O’Higgins –, pero es poco probable que nuestros primeros ancestros humanos tuvieran la misma destreza facial ya que la forma general del rostro y las posiciones de los músculos, eran diferentes».
En lugar de la pronunciada cresta de la frente de otros homínidos, como los neandertales, los humanos desarrollaron una frente suave con cejas más visibles y, capaces de una mayor variedad de movimientos. Esto, junto con un rostro cada vez más delgado, nos permite expresar una amplia gama de emociones sutiles.
Este proceso de encogimiento facial se ha vuelto particularmente marcado desde la revolución agrícola, ya que pasamos de ser cazadores recolectores a agricultores y luego a vivir en ciudades, estilos de vida que llevaron a alimentos cada vez más preprocesados y menos esfuerzo físico.
“Las dietas modernas requieren menos fuerza en las mandíbulas y esto puede hacer que nuestro rostro continúe disminuyendo de tamaño – concluye O’Higgins –. Sin embargo, hay límites sobre cuánto puede cambiar. Por ejemplo, la respiración requiere una cavidad nasal suficientemente grande”.
Juan Scaliter