Neil Armstrong y Buzz Aldrin fueron los primeros en pisar la Luna, pero para ello debieron renunciar a algunas comodidades muy propias de la Tierra.

Todo comenzó a mediados de la década de 1960: los ingenieros de la NASA estaban tan ocupados en descubrir cómo llevar a los astronautas a la Luna y regresarlos sanos y salvos que no se molestaron en diseñar un baño para las misiones Apollo.

«La defecación y la micción han sido aspectos molestos de los viajes espaciales desde el comienzo del vuelo espacial tripulado», señala un informe oficial de la Nasa.

¿La solución? Los astronautas debían llevar una bolsa para cargar con sus propios desechos.

Para orinar, los astronautas usaron una bolsa conectada a una manguera obviamente los derrames ocurrían a menudo. Y lo mismo ocurría con los sólidos. De hecho, uno de los “mejores diálogos” registrados en la historia de la Nasa ocurrió durante la misión del Apolo 10 en mayo de 1969. El comandante de la nave, Tom Stafford, pregunta: “Oh, ¿quién lo hizo?”. El problema fue que la bolsa que guardaba la materia fecal no estaba bien ajustada o algo similar y un trozo de materia fecal comenzó a flotar ingrávido por la nave: «Consígueme una servilleta rápido. Hay un mojón (léase truño o zurullo) flotando en el aire”, exclamó Stafford, Obviamente la conversación quedó registrada.

Po si fuera poco, la NASA insistió en que los astronautas trajeran todas sus heces para examinarlas, así que después de que los astronautas de Apolo terminaron de explorar el espacio, tuvieron que sellar sus bolsas y “compactarlas» y traerlas de regreso, como se detalla en el informe.

Una vez en la Luna, los astronautas llevaban pañales espaciales, oficialmente conocido como «sistema de contención fecal”. Nunca se supo si los astronautas se aprovecharon de él

No está claro si Aldrin y Armstrong alguna vez aprovecharon al máximo esos «sistemas» en sus 21 horas y 36 minutos en la luna, pero Buzz Aldrin siempre afirmó ser el primer hombre en orinar en otro cuerpo celeste.

Juan Scaliter