CIENCIA

El cosmos en la palma de la mano

Yo miraba fotografías viejas mientras mi abuela picaba ajo. Me detuve en una y le dije que había sido guapísima, pero que el abuelo… no. ¿Cómo te enamoraste de él? Detuvo el cuchillo y, tras echar una mirada a la foto, dijo que fue en la playa de Klampenborg (mi abuela es danesa).

“Un grupo de amigos preparábamos una barbacoa. Me hice un pequeño corte en la palma de la mano. Tu abuelo lo vio y detuvo mi gesto de limpiarme la herida preguntándome si sabía por qué mi sangre era roja. Me explicó que ese color se lo da un simple átomo de hierro incrustado en una gran molécula llamada hemoglobina. Ese átomo se formó en una estrella moribunda y el de carbono, que le da sustento a la hemoglobina, lo hizo cuando comenzó su agonía. Al morir, la estrella estalló esplendorosamente y toda su materia se esparció por la galaxia en una nube errante. Cuando encontró un lugar y unas condiciones apropiadas, esa nube se contrajo y formó una nueva estrella. De ella se desprendieron jirones que terminaron formando bellos planetas de materia enriquecida. En algunos de ellos se originó la vida y en unos pocos de estos surgieron las personas como tú y como yo, con sangre en las venas que recorren un cuerpo hecho de polvo de estrellas. Por eso no morimos del todo, porque al final terminamos en otra estrella. Me gustó tanto esto que me contó tu abuelo que no retiré la mano cuando me dijo que la saliva era muy buen antiséptico. Me chupó la sangre y después me besó la herida. Me estremecí. Después, en su inglés que no era muy bueno, me dijo algo así como que si quería ver un mundo en un grano de arena y un cielo en una flor silvestre, que colocara el infinito en la palma de mi mano y la eternidad en una hora.”

Me chupó la sangre y después me besó la herida. Me estremecí

Mi abuela no es zalamera ni besucona, pero a mi hermano, mis primos y a mí, cuando éramos chicos, nos contaba unos cuentos fascinantes llenos de peces sensatos, príncipes pobres, tigres amables, gallinas presumidas, capitanes intrépidos y brujas encantadoras. Siguió picando ajo y yo ojeando fotos. No sé si aquello que me acababa de contar no era otra de sus historias, pero desde entonces encontré a mi abuelo mucho más atractivo.

Redacción QUO

Redacción QUO

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