Los relojes repletos de intrincados y diminutos dientes y engranajes son, en su mayor parte, cosa del pasado. Los relojes modernos son mucho más simples, debido a una curiosa propiedad del cuarzo llamada piezoelectricidad: cuando son sacudidos por una corriente eléctrica, los cristales de cuarzo vibran a una frecuencia muy específica.
El cuarzo había sido utilizado en grandes relojes de laboratorio desde 1927, pero no estuvo comercialmente disponible en relojes de uso cotidiano hasta mediados del s. XX. «Tras la Segunda Guerra Mundial, los relojeros se dieron cuenta de que habían alcanzado el límite [o exactitud] de los relojes mecánicos», dice Carlene Stephens, comisaria de la división de trabajo e industria del Museo Nacional de Historia Americana Smithsonian de Washington.
Redacción QUO
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