Siempre se ha dicho que el poder de la imaginación y la fantasía es ilimitado. Quizás la cosa no sea para tanto, pero la ciencia acaba de demostrar que al menos si tiene el de alterar el funcionamiento habitual de nuestro cerebro, tal y como acaba de demostrar una investigación realizada por Barry Van Veen, investigador de la Universidad de Wisconsin-Madison, en Estados Unidos.
El científico escaneró la actividad cerebral de varios voluntarios mientras estaban enfrascados en el esfuerzo mental de tratar de imaginar mundos fantasiosos. Y lo que observó fue que la información circulaba desde el lóbulo parietal del cerebro al occipital, es decir, desde una región superior del cerebro, que se encarga de procesar sensaciones como frío, dolor, o alegría, a otra ifnerior, que se ocupa de procesar las imágenes.
Un resultado cuando menos llamativo, ya que lo habitual es que cuando el cerebro procesa la información del mundo real que captamos a través de los sentidos, esta circule desde el lóbulo occipital al parietal. «Parece que el funcionamiento de nuestro cerebro y el de los animales es direccional, pero que la dirección en que se mueven las señales neuronales varía dependiendo de si el estímulo que las produce procede del mundo exterior o de si se genera en el interior de nuestra mente», explica el profesor Van Veen.
Redacción QUO
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