Hoy se anuncia el descubrimiento de una nueva especie en nuestro árbol genealógico. Homo naledi, bautizado así por la palabra estrella en la lengua africana sosotho que también sirvió para denominar la cueva en la que se hallaron los restos de al menos 15 inviduos de todas las edades. 1.550 fragmentos fósiles que, al parecer, constituyen sólo un pequeño fragmento de lo que aún queda allí enterrado.

Lo describe en un artículo de la revista eLife un equipo internacional dirigido por Lee Berger, profesor de la Universidad Witwatersrand (Sudáfrica) e investigador de National Geographic. H. naledi tenía una constitución estilizada, con una estatura media de 1,50 cm, y pesaba unos 45 kilos, su cerebro era pequeño, del tamaño de una naranja, sus manos resultaban aptas para el manejo de herramientas, con unos dedos curvados que le habrían permitido trepar, y sus pies, apenas distinguibles de los de un humano moderno, y sus largas piernas podían realizar sin problemas largos recorridos.

[image id=»72147″ data-caption=»cc John Hawks_Wits University» share=»true» expand=»true» size=»S»]

Los restos no han sido datados aún, pero “Homo naledi se parece a los primeros representantes de nuestro género, aunque también presenta algunas características sorprendentemente parecidas a las humanas, que le confieren su lugar dentro del género Homo”, aclara John Hawks de la Universidad de Wisconsin en Madison (EEUU). Así, “algunas características de sus dientes, como que los premolares tuvierna varias raíces, son primitivos para nuestro género y muestran, que no se trata de un representante moderno del género humano”, declara Matthew Skinner, investigador de la Universidad de Kent en Gran Bretaña y el Insituto Max-Planck Leipzig. De hecho, los hombros se parecían más a los de han simio. Precisamente es “combinación de características anatómicas del Homo naledi lo distingue de todas las especies humanas conocidas hasta ahora”, según Berger.

Pero más allá del retrato robot, la gran sorpresa de los científicos ha sido que esta especie enterraba a sus muertos. Esto supondría una gran novedad en cuanto a la aparición de los ritos funerarios, que hasta ahora sólo se han documentado en los humanos modernos. Pero es la única explicación que han encontrado a esa gran acumulación de esqueletos correspondientes a todas las edades en una cámara situada a 90 metros de la entrada de la cueva y que nunca ha estado abierta al exterior. Otras opciones, como el transporte hasta allí por depredadores o carroñeros, corrientes de agua o la muerte en masa tras una fatal caída han sido cuidadosamente descartadas. De hecho también resulta curioso que los únicos fósiles animales hallados en esa zona correspondan a ratones y aves que llegarían hasta allí al azar.

En la investigación han participado científicos de la Universidad de Witwatersrand (Sudáfrica), la Sociedad National Geographic, el Departamento Sudáfricano de Ciencia y Tecnología/Fundación Nacional de Investigación (DST / NRF) y el Instituto Max-Plack de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania). En ella realizaron dos expediciones de hallazgo y extracción de fósiles. Para esta última actividad tuvieron que recurrir a las redes sociales, ya que necesitaban espeleólogos y palontólogos con experiencia capaces de pasar por los 18 cm de apertura en el acceso a la cámara.

Una vez extraído el material, se recurrió a un innovador método para analizarlo. Un taller celebrado en 2014 con participación de más de 50 investigadores experimentados y 35 jóvenes. “Fue la primera vez en la historia de la paleoantropología que se examaniban fósiles de homininos de esta manera. Resultó una experiencia indescriptible y productiva”, según declara Tracy Kivell, del Instituto Max-Planck.

Pilar Gil Villar