A día de hoy disponemos de múltiples teorías conspiranoicas a las que acceder: Elvis sigue vivo, quién mató a Marilyn, los todopoderosos nos rocían sustancias tóxicas desde el cielo o los famosas historias para no dormir sobre los chemtrails. Entre una de estas habladurías está un mito que parece imposible desterrar de nuestra sociedad: las consecuencias que tienen sobre la salud las ondas y las antenas de lo móviles.

A pesar de que la OMS ya advirtió en 2005 que «la hipersensibilidad electromagnética no es un diagnóstico médico, ni está claro que represente un único problema médico” y que «no existe una base científica para vincular los síntomas de la hipersensibilidad electromagnética con la exposición a los campos electromagnéticos», algunas asociaciones que luchan contra este tipo de antenas hacen caso omiso a esta advertencia. Debe ser porque la realidad les parece demasiado simple. Una realidad que ya se ha contrastado en varias ocasiones.

La Organización Mundial de la Salud no ha sido la única en alzar la voz al respecto. Varios estudios científicos realizados en los últimos años apuntan a lo mismo: tu móvil no quiere exterminarte lenta y silenciosamente. Hace un par de años un estudio de la Universidad de Southampton mostró los resultados de una concienzuda investigación. Durante once años, los científicos estuvieron recopilando datos para tratar de encontrar algún tipo de conexión entre antenas, móviles y cáncer. Los resultados fueron categóricos: «tras una exhaustiva investigación no hemos encontrado evidencias de riesgos para la salud de las ondas de radio producidas por los móviles y sus estaciones base”. Esa exhaustiva investigación incluye 31 estudios científicos en los que la conclusión es idéntica: no existen riesgos. Se pongan como se pongan los antiantenas.

A pesar de que esto parecía ya meridianamente claro, una nueva investigación publicada en la revista especializada Cancer Epidemiology ha vuelto ha confirmar estas conclusiones. Basándose en los datos desde 1982 a 2010 sobre el uso del teléfono móvil en Australia de 19.858 hombres y 14.222 mujeres de distintos rangos de edad, encontraron que las tasas de incidencia de cáncer cerebral habían aumentado ligeramente en los hombres, pero habían permanecido estables durante treinta años en el caso de las mujeres. Hubo un aumento significativo en la incidencia del cáncer cerebral en el caso de personas con edades superiores a 70 años, algo que no se puede achacar a la tecnología móvil dado que esta se introdujo en nuestras vidas en 1987. En este caso, lo más probable es que la situación haya mejorado gracias a la prevención y atención sanitaria.

Según explican los investigadores: «hemos tenido móviles en Australia desde el año 1987. Alrededor del 90% de la población los utilizan hoy en día y muchos de ellos los han utilizado desde hace 20 años. La conclusión es que no estamos viendo ningún aumento en la incidencia de cáncer cerebral a consecuencia de los móviles o las antenas«.

Redacción QUO