A pesar de que tenemos multitud de bebidas a nuestro alcance, la tradicional y clásica cerveza parece la más querida en casi todo el mundo. Y es que con este calor, uno piensa en una cerveza conservada en tanque de salmuera le embarga la emoción. Literalmente, ya que tu cerebro celebra la idea mucho más de lo que piensas.

Investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Indiana sometieron a 28 hombres jóvenes a una durísima prueba: tomarse unas cañas mientras los científicos utilizaban una tecnología sanitaria llamada tomografía por emisión de positrones (PET). Esta técnica, que no es nada invasiva, permite medir la actividad metabólica del cuerpo humano. Fue así como detectaron que el sabor de la cerveza por sí solo (a partir de pequeñas cantidades con las que nadie podría emborracharse) provocaba la liberación de dopamina en los bebedores habituales de cerveza.

Para ver más de cerca lo que acababan de descubrir, utilizaron también imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI), una técnica que permite observar la actividad cerebral. Seleccionaron a jóvenes de no más de 26 años que tomaban de 10 a 16 cervezas por semana. Para observar las diferencias, en el primer ciclo les dieron una cerveza de su marca favorita. En el siguiente, un vaso de una conocida bebida isotónica.

¿Qué fue lo que pasó en el cerebro de los voluntarios? Según revelaron las imágenes, cuando estos degustaron su cerveza favorita el núcleo accumbens se iluminó como un árbol de Navidad. Algo que evidentemente no ocurrió cuando ingirieron la conocida bebida isotónica. A este área del cerebro se le atribuye una función importante en el placer incluyendo la risa y la recompensa. También es responsable de que sintamos miedo o nos enganchemos a determinadas drogas. Por otro lado, también hubo respuesta en el cuerpo estriado ventral y la parte media-inferior del lóbulo frontal, las cuales ayudan a que el deseo por tomarse una rubia fresquita crezca exponencialmente.

Fuente: rsoa.org

Redacción QUO