Cerca de 96 millones de años atrás, se paseó por nuestro planeta el ancestro común de humanos y caballos. Casi 80 millones de años más tarde el árbol evolutivo de los caballos florecía con más de un centenar de especies conocidas.
Ahora, un nuevo estudio, que ha analizado dicha evolución, sugiere que los patrones de migración y los cambios en el medio ambiente impulsaron el desarrollo de nuevos rasgos, oponiéndose a una teoría, conocida como evolución fenotípica rápida, que propone exactamente lo contrario: el desarrollo de ciertos rasgos es lo que permite a una especie ocupar nuevos nichos. Esencialmente se trata de un debate similar al del huevo o la gallina: ¿los rasgos evolucionan para facilitar la dispersión de una especie en nuevos ambientes o la dispersión en nuevos ambientes impulsa el desarrollo de nuevos rasgos? Si fuese la primera, la evolución fenotípica rápida, la responsable de esta evolución, los cambios de rasgos ecológicamente relevantes deberían ser más rápidos en las primeras fases de la expansión del clado, ya que las nuevas ramas ocupan entornos desconocidos. Sin embargo, cuando un equipo de expertos, dirigidos por Juan Cantalapiedra, estudió la evolución de los caballos a lo largo de 18 millones de años (138 especies en total), no pudieron encontrar este tipo de patrón.

El estudio, publicado en Science, se centró en el tamaño del cuerpo y el de los dientes (este último dato aporta información sobre la capacidad de estos animales para alimentarse de diferentes tipos de vegetación). Los resultados revelaron que las tasas de evolución del tamaño corporal no fueron significativamente diferentes en los linajes que exhibían alta y baja especiación, y las tasas de evolución de los dientes fueron significativamente menores en los linajes con tasas de especiación rápida.
Los investigadores también pudieron deducir cómo los caballos se adaptaron al continente americano. Aunque tradicionalmente se creía que los rasgos complementarios evolucionaron a medida que emergían las praderas, las evidencias más recientes sugieren que las praderasya eran un nicho establecido. Todo esto ha llevado al equipo de Cantalapiedra a deducir que el ambiente y los patrones de migración impulsaron el desarrollo de nuevos rasgos.

Juan Scaliter