Imagina que eres un fanático de los documentales. Un arqueólogo aficionado. Te encuentras viendo un programa en un canal de televisión especializado sobre tumbas, pirámides y momias, y escuchas la frase: “Hay pirámides en todo el mundo”. La afirmación te inspira y comienzas a buscar vestigios arqueológicos en tu país. Y no solo los encuentras, sino que la NASA decide colaborar en su estudio. Exactamente eso es lo que le sucedió a Dmitryi Dey, un habitante de Kazajistán, en 2007. Dey exploró todo su país, comenzando por la región de Kostanay, al norte. Y allí encontró algo que jamás había visto nadie: un enorme cuadrado en el suelo, de unos 275 metros de lado, formado por 101 puntos y atravesado por una X. Su extensión es mayor que la de la pirámide de Keops.
Cuando el mapa del tesoro está en la web
La primera impresión de Dey fue pensar que se trataba de una antigua instalación soviética, quizá uno de los intentos de Nikita Jruschov, primer secretario del partido comunista entre 1953 y 1964, quien quiso crear un cinturón de cultivo de maíz que se extendiera por todo el país, hasta Siberia.
Varios de los montículos hallados en Kazajistán podrían haber servido como observatorios solares, como Stonehenge
Pero nuevas búsquedas le llevaron a encontrar otras marcas en el suelo, como una figura de unos 90 metros de diámetro. Dey pensó que había llegado el momento de pisar el terreno y preguntó a los arqueólogos kazajos si conocían la existencia de esos testimonios antiguos. Nadie sabía nada. Contactó con un experto de la Universidad de Kostanay, Andrey Logvin, y le llevó al sitio para intentar comprender su origen y propósito, mientras seguía explorando el terreno desde su ordenador.
En apenas unos meses rastreando su país (el noveno más grande del mundo y casi cuatro veces más grande que España) con Google Earth había hallado ocho cuadrados, círculos y cruces. Cuatro años más tarde, el total de sitios arqueológicos se había más que duplicado y llegaba a los 19. Actualmente se han encontrado 260.
Dibujos que esconden enigmas
En una conferencia de arqueología celebrada el año pasado en Estambul, Turquía, Logvin y otros expertos señalaron que los montículos y figuras descubiertas por Dey son obras únicas y desconocidas hasta la fecha.
El problema mayor al que se enfrentan para investigarlas es que, debido a su extensión y localización, es imposible reconocer los perfiles y las formas desde la superficie. “Era difícil, dificilísimo, comprenderlo desde el suelo”, explica Dey en una entrevista en The New York Times. “Las líneas se dirigen hacia el horizonte y es imposible imaginarse de qué figura se trata”. De hecho, al excavar algunos restos no hallaron nada que les permitiera obtener más información. Y excavar 260 sitios requiere una enorme infraestructura y una ingente cantidad de tiempo y recursos.
Lo único que se pudo excavar, muy cerca de allí, fueron objetos de un asentamiento neolítico, de una antigüedad de entre 6.000 y 10.000 años, que podría estar relacionado con las huellas.
Algo que sí se sabe es que hace cien millones de años toda esta región estaba dividida por un estrecho que unía lo que se iba a convertir en el Mediterráneo con el futuro océano Ártico. Se trataba de un área de tierras fértiles, ideales para las tribus que vivían de la caza. Según Dey, la cultura mahandzhar vivió aquí entre el 7000 y el 5000 a. C., y podría tener un vínculo con algunas de las figuras más antiguas. El problema es que el conocimiento que tenemos de estas civilizaciones, en general nómadas, hace difícil creer que se establecieran el suficiente tiempo en un área como para llevar a cabo un proyecto de esta envergadura.
La diferencia entre antiguo y primitivo
Pero esa hipótesis podría cambiar, según Persis B. Clarkson, arqueólogo de la Universidad de Winnipeg. Clarkson ha comparado las imágenes de Dey con las estructuras halladas en Chile y Perú. “La idea de que estos pueblos”, explica Clarkson, “pudiesen reunir el número de personas necesario para emprender proyectos de grandes dimensiones, como crear los geoglifos de Kazajistán, ha hecho que los arqueólogos reconsideren profundamente la naturaleza y los ritmos de la organización humana compleja a gran escala, como precursora de las sociedades sedentarias y civilizadas”.
En el encuentro celebrado en Estambul, Logvin y su colega de la Universidad de Kostany, junto a Giedre Motuzaite Matuzeviciute, arqueóloga de la Universidad de Cambridge, debatieron sobre la datación precisa de las estructuras. Y los resultados son muy diferentes. Por un lado, Matuzeviciute, quien visitó dos de los yacimientos, utilizó la técnica de luminiscencia estimulada ópticamente (sirve para medir las alteraciones que provoca la radiación ionizante en las estructuras de ciertos materiales). Sus datos mostraron que algunos vestigios databan del 800 a. C., otros se remontaban, según estudios preliminares, a 8.000 años atrás, y había algunos tan recientes que “apenas” eran de la Edad Media. Todo esto hace imperativo que se realicen más estudios, pero hay dos grandes obstáculos: los medios y el tiempo.
El propio Dey lo resume afirmando que: “No podemos excavar todos los montículos, sería contraproducente. Necesitamos tecnología moderna, como la que hay en Occidente. Este año, una figura denominada Cruz de Koga resultó considerablemente dañada por los constructores de carreteras. Y eso que fue después de que avisáramos a las autoridades”.
Ronald E. LaPorte, científico de la Universidad de Pittsburgh, sugirió utilizar drones, al igual que el Ministerio de Cultura de Perú hace para estudiar las líneas de Nazca, un método que permitiría traer mapas y ayudar en su protección. Pero la ayuda y tecnología que reclamaba Dey se presentó hace un mes, cuando la NASA utilizó satélites para tomar imágenes a unos 700 kilómetros de altura. Las fotografías obtenidas calaron tan hondo en la agencia espacial de Estados Unidos que Compton J. Tucker, un investigador de la biosfera que trabaja para la NASA en Washington, afirmó que “nunca había visto nada semejante; me parece extraordinario”. Entre Tucker y LaPorte convencieron a la NASA de la importancia de seguir investigando esta región, lo que llevó a una recomendación de la Agencia Espacial a los tripulantes de la Estación Espacial Internacional (ISS) para que tomen más fotografías. Cuándo se podrán ver es algo que no se sabe aún. “Puede que la tripulación tarde un tiempo en obtener imágenes de los yacimientos”, explicaba Melissa Higgins, miembro del Departamento de Operaciones de la misión, a LaPorte en un correo electrónico, “pues estamos a merced de los ángulos de elevación solar, las restricciones meteorológicas y el calendario de la tripulación”.
En la entrevista publicada por The New York Times, Dey especulaba sobre el propósito de estos montículos: “No creo que la intención fuera que los observasen desde el aire. Mi teoría es que constituían observatorios horizontales para seguir los movimientos del sol naciente”.
Ojalá la repercusión internacional del hallazgo también indique el amanecer de la firme intención de proteger estos documentos ancestrales por parte del Gobierno kazajo, que, hasta ahora, se ha movido muy lentamente.