Los rituales de seducción en todas las especies animales tienen el objetivo de demostrar la capacidad de sus actores para producir y criar una descendencia exitosa. Al menos, en el nivel primario. La capacidad de los pingüinos para encontrar un buen nido, la melena de los leones, el despliegue de plumas del pavo real, los cuernos de los carneros… Todas estas son las cartas románticas que los machos enseñan a las hembras con la esperanza de que estas sepan leer entre líneas. Pero, ¿cómo seducía el macho de Stegosaurus a su Julieta? ¿Se hacían ojitos los Triceratops? A medida que desentierran más fósiles y se profundiza en el conocimiento sobre los grandes lagartos, más nos damos cuenta de que todo en ellos apuntaba en una misma dirección: el sexo.
Desde las alas a las plumas, las crestas y los movimientos, todo en ellos evolucionó para hacerlos más atractivos y garantizar la reproducción. Los ejemplos de este comportamiento y de las adaptaciones sobran. Al igual que muchas aves actuales, los terópodos (del grupo del tiranosaurio y los velocirraptores) bailaban, rasgando el suelo, para seducir a sus parejas, y lo hacían con una intensidad digna del celo que experimentaban. Tanto es así que las huellas de esta conducta han quedado impresas en diferentes sitios millones de años después, como flirteos que nos llegan del pasado. Uno de los últimos hallazgos en este sentido tuvo lugar en Estados Unidos. Allí, el equipo de Martin Lockley, de la Universidad de Colorado, encontró huellas de arañazos en el suelo efectuadas hace unos 100 millones de años muy probablemente por un acrocantosaurio (Acrocanthosaurus). Estos dinosaurios, de unos 11 metros de largo y hasta 6 toneladas de peso “estaban en un evidente estado de actividad debido a la temporada de celo”, asegura Lockley. “Este comportamiento es típico de las aves, y si las más pequeñas se entusiasman en la época de celo, imaginad lo que podían llegar a hacer estos terópodos”. Y lo que podían llegar a hacer es rasgar la piedra, produciendo un ruido audible a kilómetros de distancia. O arañazos del tamaño de una bañera. Y eso a cualquier hembra de terópodo le parecía sumamente seductor.
Mirando el pajarito
¿Podían estar buscando comida o marcando territorio? Lo más probable es que no y que nos encontremos frente a un comportamiento de cortejo. Si se tratase de búsqueda de alimento, las huellas no tendrían la simetría ni estarían rodeadas de otras pertenecientes a machos en lo que los expertos llaman arena, un área en la que el cromosoma Y manifiesta todo su repertorio erótico intentando conquistar a las féminas, que solo se dedican a observar. Y a juzgar. “Técnicamente, las aves son dinosaurios”, explica el paleontólogo Francisco Ortega a Quo: “Esto nos permite, estudiando animales actuales, deducir comportamientos por evidencia filogenética: si los cortejos de los pájaros son en cierto modo en el presente, su antepasado común probablemente mostrará un comportamiento similar”. Los rastros dejados por estos gigantes, los primeros descubiertos hasta la fecha, constituyen una ventana al pasado para los expertos. Gracias a ellos y a la observación de parientes actuales “podemos deducir rituales de apareamiento, de crianza, alimentación y socialización”, señala Ortega.
Según deducen por la anatomía de los dinosaurios y los restos encontrados, el ligoteo podía durar horas. Consumarlo, minutos
Pero los paleontólogos especulan con que pronto se descubrirán más testimonios de esta conducta, ahora que saben qué están buscando. Según afirma el ornitólogo Mark Riegner: “Si bien este hallazgo es en muchos sentidos sorprendente, en otro aspecto era predecible, ya que muchas aves, desde los colibríes hasta los avestruces, llevan a cabo estos despliegues. Era solo cuestión de tiempo que los encontremos”.
Hermosas crestas
Dejando de lado la conducta, hay otros indicadores que permiten a los científicos deducir cómo era el proceso de “noviazgo” hace más de 65 millones de años en nuestro planeta. Y en este sentido, las apariencias no engañan. “Podríamos decir que cualquier detalle anatómico en los dinosaurios tiene relación con el sexo”, apunta Ortega. “Todos los elementos de comunicación, crestas, plumas, cuernos…, son proclives a tener alguna implicación en el cortejo.” Allí están esas hermosas crestas perpendiculares a la columna que lucen los Protoceratops andrewsi, dinosaurios del tamaño de una oveja. En realidad, se trataba de un adorno para atraer parejas que solo se desarrollaba al alcanzar la madurez; así lo afirma un estudio firmado por David Hone, zoólogo de la Universidad Queen Mary de Londres (QMUL), publicado en Palaeontologia Electronica. Según Hone: “Durante mucho tiempo, los paleontólogos han sospechado que la mayoría de las extrañas características físicas de los dinosaurios tienen relación con la manifestación sexual y el rol en el grupo, pero era algo muy difícil de demostrar. El patrón de crecimiento de la cresta que vemos en los Protoceratops coincide con estructuras de exhibición de otros animales”.
Las coincidencias entre los rituales de cocodrilos y aves y los restos fósiles, permite a los expertos deducir cómo era el cortejo de los dinosaurios
Otros dinosaurios con cresta, como los pterosaurios y los Pelycosauria (antepasados nuestros, aunque no lo creamos), también llevaban su cresta hasta el máximo posible para garantizarse un revolcón. Algo que estos animales tenían todo el tiempo en la cabeza. Literalmente: en las protuberancias del cráneo que ostentaba el Pachycephalosaurus (su nombre significa cabeza gruesa) se encontraron heridas similares a las que presentan las cabras de montaña que se enfrentan por las hembras a puro golpe de cabeza.
En el sexo importa la pluma
El estudio de especímenes de Ornithomimosaurus (unos primos de las aves –de hecho, su nombre significa “largartos que imitan a las aves”–) muestra que no desarrollaron las alas para volar, sino por seducción. Y esto se sabe porque solo los ejemplares adultos poseían este despliegue. Así lo afirma Darla Zelenitsky, paleontóloga de la Universidad de Calgary, Canadá. De este modo, resulta obvio que primero fue el sexo y después el cielo.
La pregunta lógica sería: y las plumas ¿para qué surgieron? Pues tres cuartos de lo mismo. En Mongolia, los Similicaudipteryx yixianensis se comportaban igual que los pavos reales, agitando su cola emplumada para llamar la atención de las hembras en una muestra de extremo dimorfismo sexual presente en los “descendientes” de estos saurios. La conclusión es que las plumas no fueron concebidas para mantenerlos calentitos, como se pensaba, sino para quitarles la calentura.
Lo que aún no hemos descubierto es el porqué de los brazos tan pequeños del T. rex: seguro que no era para hacer manitas.