La cámara magmática principal del volcán Kilauea (Hawaii) puede que se encuentre a más de 90 kilómetros de profundidad, según la investigación de la Universidad de Monash (Australia)

En los colegios de primaria a menudo se simulan volcanes usando bicarbonato sódico y vinagre con colorante, lo que produce una erupción. Nada que ver con las erupciones reales, como la del Cumbre Vieja de La Palma (España) el año pasado, o del Krakatoa (Indonesia), que provocan inmensos daños y pérdidas.

Aunque estas erupciones nos pillan por sorpresa, hay volcanes que siempre están activos. Uno de los más activos en el mundo es el Kilauea, que significa “escupir” o “extenderse mucho” en hawaiano. A pesar de haber registros de actividad volcánica desde el siglo XIX, solo ahora se está empezando a entender cómo se formó el volcán.

Seguramente se originó cuando la placa tectónica del Pacifico se desplazó y pasó por encima de un punto caliente, es decir, una zona con alta actividad volcánica. En el momento en el que el magma subió, la superficie no soportó la presión y el magma comenzó a salir. La roca fundida se dirigió hacia el mar, donde se enfrió y solidificó, lo que dio lugar a un “escudo”. La presión lo hizo estallar hace 100.000 años y la lava llegó a la superficie. De este proceso surgió el volcán Kilauea.

El acceso a las rocas originales es complicado porque están enterradas bajo varias capas de lava. No obstante, las rocas ígneas, las que se producen cuando el magma se enfría y se solidifica, han ayudado a calcular la distancia desde la superficie hasta el lugar de nacimiento del volcán.

La clave es el granate

En 2014 se detectó una cámara a unos 11 kilómetros de profundidad gracias a las ondas sísmicas que provocan movimientos en las placas tectónicas. Un año más tarde se descubrieron otras dos cámaras más. Aunque eran bastante grandes, no servían para explicar todo el magma que el volcán expulsaba.

Antes se pensaba que el Kilauea se había formado a partir de la roca sólida que se fundió por las altas temperaturas del punto caliente entre las placas tectónicas. Ahora una investigación, publicada en la revista Nature Communications, sugiere que fue al revés: el Kilauea se originó del material piroclástico aproximadamente a 100 kilómetros de profundidad. Los investigadores han llegado a esta conclusión después de examinar los fragmentos de la roca volcánica del sureste de la Isla Grande.

“El análisis de las muestras se realizó a través del trabajo experimental, que incluía rocas artificiales fundidas a altas temperaturas y presiones, y aplicamos un nuevo método para medir la concentración de tierras raras”, afirma Laura Miller, la autora principal de la Universidad de Monash.

“Encontramos que las muestras podrían formarse por la cristalización fraccionada del granate”, asegura Miller. Este proceso se produce cuando los cristales de granate formados en el magma no interactúan químicamente con él.

La presencia del granate es necesaria para explicar la composición de las rocas del Kilauea. Este cristal puede surgir a más de 90 kilómetros debajo de la corteza terrestre. Incluso puede cristalizar a una profundidad de 150 kilómetros. Por este motivo, se considera que la erupción del Kilauea se originó en profundidades parecidas. No obstante, la fuente de las demás islas de este archipiélago puede que sea más superficial.

“Estos datos sugieren que la cristalización fraccionada no sea un proceso superficial como se pensaba hasta ahora y que el desarrollo de una cámara de magma es una fase importante en el nacimiento de un volcán en Hawaii”, concluye Miller.

El Kilauea no solo escupe granate  

En mayo de 2018, el Kilauea volvió a erupcionar y las lenguas de lava destruyeron varias localidades. La magnitud fue tal que el Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS) activó el “código rojo” para que los aviones no volasen por la zona y no dañasen los motores debido a la enorme columna de cenizas que ascendió al cielo.

A pesar de la gran cantidad de cenizas y gases que expulsó, la erupción no influyó significativamente en el clima. Para que esto hubiera ocurrido, el dióxido de azufre debería haberse convertido en gotas de ácido sulfúrico en la estratosfera. De esta forma, se crearían aerosoles volcánicos que impedirían la llegada de la luz del sol a la Tierra y como consecuencia se enfriaría la superficie terrestre.

Aunque esta catástrofe natural puede parecer una consecuencia del cambio climático, en realidad son fenómenos independientes. Relacionarlos es el resultado de un “sesgo de confirmación”, es decir, un engaño de la mente que refuerza nuestras creencias.

Aparte de ceniza y lava, el volcán expulsó unos minerales de color verde conocidos como olivino. Este material abunda en el manto terrestre o surge como reacción entre la lava y el agua del océano. Además, aparecieron fibras de cristal con aspecto de cabello de ángel, que se producen cuando las burbujas de gas de la lava hirviendo explotan.

REFERENCIA

Fractional crystallisation of eclogite during the birth of a Hawaiian Volcano