Piensa en todas las horas que dedicaste de adolescente a lidiar con la impaciencia del profesor de matemáticas o a memorizar los infinitos periodos de la literatura española. Ahora compáralas con el tiempo que dedicaste a tu equipo de fútbol, a los ensayos de teatro o a alardear de tus aventuras ante tus amigos. Si los resultados están bien compensados estás de enhorabuena, probablemente podrás tener un trabajo socialmente valioso y te sentirás bastante feliz con tu vida. Y es que, si el cultivo del intelecto te hace más interesante, la conexión social te proporciona abundante bienestar en la edad adulta. Exactamente cuando tengas 32 años, según un estudio que ha publicado la revista Journal of Happiness Studies.
La investigación no es precisamente el pasatiempo de una aburrida comunidad de vecinos. Se trata del Estudio multidisciplinar sobre salud y desarrollo Dunedin, que busca analizar la conducta y la salud de 1.037 personas nacidas en Nueva Zelanda entre 1972 y 1973. No todos ellos llegaron a cumplir 32 años, y no todos los que lo hicieron sirvieron para el análisis. Al final, la trayectoria vital de 804 desdichados, pletóricos y razonablemente acomodados participantes quedó registrada en los cuestionarios. El “bienestar adulto” se debía más a las buenas relaciones sociales durante la niñez y la adolescencia que a un buen desarrollo académico.
La relación “entre las conexiones sociales de la adolescencia y el bienestar general más de una década después ilustra la relevancia duradera de las relaciones sociales”, explican los autores en el artículo. Eso sí, diez años no son nada y la realidad sigue dependiendo del prisma con el que se mire. Los investigadores del proyecto de la Universidad de Otago identificaron el “bienestar adulto” con cuatro aspectos: el sentido cohesión social, la habilidades para resolver problemas, la participación social y la actitud prosocial, que incluye la “generosidad, ser digno de confianza, la amabilidad, el civismo y la confianza”.
No te preocupes si no coincides con la perspectiva de los investigadores. El estudio comenzó en los setenta y aún no hay una teoría sólida que explique el desarrollo del bienestar ni una fórmula infalible para la felicidad. “El propósito del estudio era examinar un modelo de bienestar que se extendiera más allá de mediciones más tradicionales como la de deseo-satisfacción como la satisfacción con la vida, la seguridad u otro indicador potencial de éxito”.
“Mucha de la infraestructura cognitiva necesaria para explorar y consolidar los valores, por ejemplo, la toma de perspectiva y la lógica empática, se forja a través de interacciones en un contexto social. De esta manera, un potencial mecanismo que enlaza la conexión social al bienestar futuro puede ser la maduración de sistemas de valores prosociales capaces de estructurar maneras saludables de relacionarnos con nosotros mismos, con los otros y con el mundo”, explican. Pero por qué obtenemos bienestar de la interacción social positiva sigue siendo un misterio. Los propios autores del estudio dejan claro que no pretenden que sus datos proporcionen una conclusión firme.
Andrés Masa Negreira