Magia y ciencia de la mano. ¡Quién lo diría, después de tantos siglos de cizaña! El caso es que la ciencia intenta desde hace tiempo descifrar cuáles son esas rendijas de nuestro cerebro que hacen que se cuelen sin compasión los trucos de magia. Un grupo de neurocientíficos, entre ellos la gallega Susana Martínez-Conde, directora del Laboratorio de Neurociencia Visual del Instituto Neurológico Barrow, en Estados Unidos, ha decidido acabar con los interrogantes con un experimento que comenzó el verano pasado trasladando por primera vez los trucos de cincuenta magos de renombre internacional a sus laboratorios.
El diálogo magia y ciencia es aún incipiente, pero podría empezar a dar resultados en los campos de la educación y la rehabilitación médica, según augura la neuróloga. “Tendría una aplicación muy interesante dentro del aula si los profesores pudieran aprender a engañar a los alumnos para que prestasen atención a conceptos fundamentales. Serían válidas en otros problemas, como la hiperactividad, el alzhéimer, e incluso para entender el autismo y algunos casos de lesiones cerebrales”. Y ahí están el Gran Mago Tomsoni (John Thompson), Mac King, Penn and Teller y James Randi, convertidos en conejillos de Indias. Todo, porque el estudio de los trucos de magia está ayudando a comprender cómo percibe y cómo actúa el ser humano, es decir, los mecanismos cerebrales de la cognición.
Durante siglos, los magos han manejado una sabiduría extraordinaria acerca de la mente y del cerebro, con principios que se estudian en Neurociencia Cognitiva desde hace décadas. Uno de ellos, la llamada Teoría de la Mente: “Los magos son grandes expertos en esa capacidad no solo de entender que los otros tienen una mente independiente, sino además de intuir, y a veces saber, qué es lo que puede estar en la cabeza de los otros”, dice el neurocientífico Manuel Martín-Loeches, profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Esta pericia para percibir y reflexionar sobre el estado mental de su espectador le permite predecir su respuesta, lo que hace que sus juegos parezcan una conspiración contra las leyes de la física y la lógica”.
Vemos fantasmas
Los psicólogos británicos (magos en su tiempo libre) Gustav Kuhn y Alym Amlani, de las Universidades de Durham y British Columbia, respectivamente, han publicado sus primeras conclusiones en la revista Trends in Cognitive Sciences, bautizando científicamente algunas de las prácticas de los magos. Al analizar, por ejemplo, el truco de una bola que desaparece después de varios lanzamientos al aire, descubrieron que el mago utiliza la llamada “ceguera por inatención”, que hace que de todo lo que el ojo capta solo llegue al cerebro consciente la porción que ha seleccionado nuestra atención.
¿Pero qué acapara nuestra atención? Pues lo que el mago quiere, llevando nuestros ojos al punto equivocado. En este juego, la bola en el último movimiento se queda en la palma de la mano. Pero el ilusionista hace que las miradas se concentren en su cara, según se vio en una medición de los movimientos reales de los ojos de los espectadores. Mientras, él aprovecha para culminar su truco. Los neurocientíficos explican la desaparición de cosas con lo que ellos llaman “post­descarga”: una imagen espectral del objeto que persiste durante un momento en la corteza visual, aunque realmente ya no esté delante de los ojos.
En uno de sus juegos, el Gran Tomsoni cambia a una mujer su vestido blanco por uno rojo. Primero, y a modo de chiste, ilumina el vestido con una luz roja. Inmediatamente después, se encienden las luces del escenario y la mujer, ahora sí, aparece vestida de rojo. ¿Qué ha pasado? Durante 200 milisegundos, la imagen roja ha persistido en el cerebro del público, tiempo suficiente para cambiarle el atuendo.
Inventamos lo que no hay
Ya en 2005, científicos liderados por el profesor de Psicología Nilli Lavie, en la Universidad de Londres, descubrieron que el motivo de que a menudo no captemos los grandes cambios visuales, tan utilizados en magia, se debe a que esta detección implica no solo a las áreas visuales convencionales del cerebro, sino también al córtex parietal, situado detrás del oído derecho y responsable de la concentración. “Cuando la capacidad de concentración está en su límite, el córtex parietal no puede prestar atención a cosas nuevas. Por eso, si el mago atrae la atención a su mano izquierda, difícilmente percibiremos lo que haga con la derecha”. El cerebro descarta la información que no considera necesaria.
“Nuestra vista”, explica Martín-Loeches, “no es un sistema al modo de una cámara. No vemos todo lo que tenemos delante fielmente píxel a píxel, punto por punto, sino que lo que hacemos es contrastar directamente la información que ya está en nuestro cerebro previamente con aquello que nos está llegando por los ojos. Gracias a eso, llegamos a una realidad que es una mezcla entre nuestra experiencia pasada y nuestra experiencia presente, haciendo que muchas veces nuestro cerebro reconstruya o ponga elementos donde en realidad no los hay: completamos la escena con información acerca de cómo deberían ser las cosas”.
El neurocientífico recurre al ejemplo del “punto ciego” que tenemos en cada ojo, un lugar relativamente amplio de nuestra retina en el que no tenemos receptores visuales y, por lo tanto, se convierte en un lugar de nuestro campo visual que no vemos en absoluto. No lo notamos porque el cerebro reconstruye esa parte que falta con información pasada y con información presente, de manera que no somos conscientes de ese vacío visual que todos tenemos”.
Además, desde que la luz de un objeto impacta en la retina, hasta que el cerebro traduce la señal de percepción visual hay un desfase neuronal de una décima de segundo, suficiente para que haya entrado en acción la propensión humana a hacer sus propias conjeturas, a veces falsas, y anticipar la causa y el efecto.
Precisamente, uno de los próximos retos en el Instituto Neurológico Barrow es cuantificar en el laboratorio los movimientos de los ojos y las manos del mago, y los movimientos de los ojos del espectador, para determinar mediante técnicas de resonancia magnética funcional qué áreas cerebrales podrían ser responsables de esta diferencia de atención.
Hay otros detalles o intuiciones de los ilusionistas que carecen, solo de momento, de explicación científica, pero ya han suscitado el interés de los neurólogos. El humor, por ejemplo. Es evidente que forma parte del espectáculo más allá de pretender hacer reír. “Un público que se está riendo no puede prestar atención a las maniobras y pases secretos del mago”. Podría ser una veta para ver cómo el humor condiciona el nivel de atención, algo completamente novedoso desde el punto de vista neurocientífico. Todas estas conclusiones e hipótesis constituyen solo un anticipo de los avances que pueden ocurrir en el campo de la cognición humana mientras los magos sigan prestando su hacer a la ciencia.

Redacción QUO