Corría el siglo VIII y San Bonifacio se encontraba predicando entre los pueblos germanos. En medio de la retórica, aún no se sabe bien por qué, el santo taló un árbol enorme que cayó y derribó muchos otros. Pero de algún modo, un pequeño abeto se salvó de la tragedia. San Bonifacio aprovechó esto para decir: “He aquí el árbol del Señor. Llamadlo desde ahora Árbol del niño Jesús” (Ecce arbor Domini; vocate illum abies Yhesu).
Desde ese momento, con la llegada de la Navidad, primero los germanos y luego otros pueblos europeos adornaron un abeto con flores de papel, manzanas, pan de oro y caramelos para celebrar el nacimiento de Jesús. Esta tradición se volvió tan popular que en el año 1560, un edicto de Alsacia prohibía a los pobladores tener más de un árbol en sus casas y que no superara los 2.50 metros de altura (unos 8 pies).
Las velas (las actuales luces) se añadieron más tarde para reflejar el alma de los familiares muertos. Al parecer, el promotor de la Reforma protestante en Alemania, Martín Lutero, fue quien decidió añadirlas para iluminarlo. De esta manera, se cree que llamaba más la atención entre los niños pequeños al acercarse al «Árbol de Jesús». A partir de entonces, la práctica se volvió común y se expandió por el resto de Europa.
¿Cuándo se colocó el primer árbol de Navidad en España?
Fue en 1870 en Madrid, en el Palacio de Alcañices, ubicado en el actual edificio del Banco de España. Las costumbre de adornar los árboles en los hogares españoles fue traída por una princesa de origen ruso que se llamaba Sofia Troubetzkoy, quien contrajo segundas nupcias con un aristócrata español, José Osorio y Silva, marqués de Alcañices (por tanto, dueño del palacio).
Cuando llegaron las fiestas navideñas, ella decidió adornar su hogar al más puro estilo europeo y, para ello decidió usar un enorme abeto iluminado como centro de su decoración. De esta manera, este fue el primero de muchos tantos que comenzaron a usarse a partir de ese momento en la ciudad y en el resto de España.
Alberto Pascual García