También se han utilizado los andrógenos. Tuve en mi consulta, entrada la década de 1980, a varias mujeres menopáusicas en tratamiento con inyecciones mensuales de estrógenos. Estas inyecciones tenían una pequeña dosis de andrógenos, que a veces producían un ligero hirsutismo (vello en el rostro). El laboratorio las cambió por otras sin andrógenos que yo, a mi vez, receté a mis pacientes. Poco a poco, las mujeres empezaron a quejarse. Querían las primeras, y yo no era capaz de averiguar el porqué. Una de ellas me confesó que antes se sentía más “marchosa”. Y ahí descubrí la razón del misterio. En los hombres, en cambio, los tratamientos están centrados en la testosterona (teniendo cuidado para no sobrepasar ciertos niveles) y en los tratamientos psicológicos. En febrero de este año, la revista Nature presentó el resultado de las investigaciones de Eli Finkel y Paul Eastwick, de la Northwestern University, en Illinois. Estos psicólogos, tras cientos de horas de encuentros tipo speed-dating (citas rápidas), confirmaron que bastan apenas unos minutos para escoger pareja. En contra de lo que se piensa, las decisiones más importantes de la vida se toman en segundos. De ahí que los flechazos y las primeras impresiones influyan poderosamente en el deseo.

Dos años de intensidad
Pero, ¿cuánto dura esa atracción? Donatella Marazziti y otros científicos de la Universidad de Pisa, basándose en un estudio sobre cambios hormonales en relaciones estables, demostraron que el deseo sexual dura dos años. Entonces, genes, testosterona y otros mediadores químicos ¿sobre qué deseo actúan? ¿Qué componente dura tan poco? ¿Será la oxitocina el elixir del que poniendo unas gotas todos los días en la bebida de la persona amada asegura su fidelidad? No parece tan simple. Esas parejas que en el recibidor o en un pasillo, contra la pared y rompiendo lencerías, no pueden esperar a caer en el lecho del amor para satisfacer su pasión, seguramente sienten un deseo distinto del de otras que yacen en la cama con música suave, cuerpos entrelazados, besos e intensas miradas cómplices. Las primeras probablemente tienen una fuerte dosis de deseo de descarga de la tensión sexual, y es posible que los andrógenos estén muy presentes en su plasma sanguíneo; pero también hay otros factores que pueden influir en ello. Las segundas, en cambio, tendrán un predominio mayor del deseo de comunicación y de encuentro mutuo; en suma, mucha sed de piel. Y en su plasma, ¿habrá un poco más de oxitocina? Quizá sí, pero como un elemento más. Es, posiblemente, la porción del deseo sexual más evolucionada, la que produce un cemento de unión más estable.
También está el bienestar que producen los “te quiero”, “me gustas”, “qué interesante eres”. ¡Cuánto nos gusta que nos digan todo esto! ¡Cómo nos pone! Sobre todo a las mujeres, aunque su máxima expresión está en las figuras de Casanova y don Juan Tenorio, dos personajes masculinos obsesionados en coleccionar pasiones. El deseo de ser deseado se suele inhibir, fundamentalmente por desencanto o por una autoestima lesionada. Las imperfecciones de la estética también afectan a esta porción del deseo, y la percepción que uno tiene de sí mismo es el elemento diana de los anhelos del otro.

Si no sabes si te gusta, huélelo
El equipo del biólogo suizo Claus Wedekind reclutó a cerca de 100 estudiantes universitarios, la mitad hombres y la otra mitad mujeres, con el fin de realizar un estudio en el que se relacionara olfato y deseo. A los varones se les dio una camiseta de algodón para que durmieran con ella dos noches seguidas. Terminado el experimento, las prendas se guardaron en una caja, para que no se escapara su “buqué”. A las mu­jeres, por su parte, se les pidió que usaran un aerosol para proteger la mucosa nasal. Cada una de ellas, durante los días de ovulación (cuando su sentido del olfato era más agudo), tuvo que evaluar lo agradable y sexy que era el olor de algunas de las ca­misetas. Wedekind y su equipo descubrieron que les resultaba más atrayente el olor de los varones cuyo complejo principal de histocompatibilidad (MHC) era muy distinto del de ellas. No en vano, el MHC es la región más den­sa de genes del genoma de los ma­míferos y su papel es importante para el éxito reproductivo, el sistema inmunitario y la autoinmunidad.

Redacción QUO