De la sonrisa se dice que actúa como pegamento social. Nos acerca al resto de los seres humanos y es un gesto universal como expresión de satisfacción y disfrute. Pero esto solo es así si el gesto es genuino. Una sonrisa artificial o forzada no sólo no funciona, sino que puede destrozar nuestra salud. El último estudio sobre ello llega de la Universidad Penn State (Pennsylvania) y la Universidad de Buffalo (Nueva York) y vincula este gesto a un consumo excesivo de alcohol.
Los empleados que trabajan expuestos al público tienen una propensión mayor a buscar en la bebida consuelo después de varias horas teniendo que fingir una alegría que no sienten y ocultar sus verdaderos sentimientos. En este colectivo abundan los enfermeros, maestros y dependientes de supermercados, que después de finalizar sus turnos tratan de aliviar su tensión con alcohol.
La psicóloga Alicia Grandey, profesora en Penn State, cree que, ante estas conclusiones, los directivos deberían reconsiderar la obligación de reír impuesta en muchas ocasiones a sus trabajadores. «Fingir y suprimir las emociones con los clientes aboca a la necesidad de beber más que el propio estrés del trabajo o sus emociones negativas», dice.
Demasiada carga para alguien impulsivo
Los investigadores encontraron que este vínculo entre el imperativo de agradar a la gente a través de su gesto facial y el consumo de alcohol es aún más fuerte en personas altamente impulsivas que se dedican a puestos que exigen interacción continua con la gente, pero sin ser visibles, como los operadores telefónicos o los servicios de atención al cliente virtual. Suelen ser, de acuerdo con este estudio, personas jóvenes con un nivel de formación muy básico. «Si eres impulsivo o te dicen constantemente cómo hacer tu trabajo, puede ser más difícil controlar tus emociones durante el día. De manera que, cuando llegas a casa, no tienes ese autocontrol para frenar una vez que empiezas a beber», explica Grandey.
Marian Benito