Edward Kravitz, profesor de neurobiología en la Escuela Médica de Harvard, ha identificado un gen que controla las tácticas de lucha entre los machos y las hembras de las moscas. Para incitar al combate entre el mismo sexo, Kravitz ofrece recompensas suculentas; levadura para las hembras y, para los machos, el privilegio de cortejar a una hembra sin cabeza. «No entraremos en comentarios sociales al respecto», bromea.
Como es de prever, los machos luchan con fiereza. Primero embisten y luego se retiran para lanzar golpes con sus patas delanteras. «Si los observas a cámara lenta, ves cómo aplastan a su adversario», dice Kravitz. Las hembras prefieren empujar y atacar con la cabeza, una táctica menos agresiva pero igualmente efectiva.
Pero estas tácticas diferenciadas, ¿son fruto de conductas aprendidas, o se hallan en el ADN de las moscas? Para averiguarlo, Kravitz trasplantó la versión masculina de un gen previamente asociado a comportamientos relacionados con el sexo, como el cortejo masculino, en las hembras, y viceversa. Los machos luchaban como hembras y las hembras adoptaban técnicas masculinas, proporcionando así la primera evidencia de que las conductas agresivas en la mosca de la fruta eran de origen genético.
La investigación de Kravitz no es extrapolable al ser humano, puesto que no poseemos el gen objeto del experimento. Los científicos concluyen que la exposición temprana a determinados niveles de testosterona puede ser responsable de los diferentes comportamientos agresivos.
Redacción QUO