José Enrique Campillo Álvarez es profesor de Fisiología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Extremadura. En su último libro, El mono estresado (Crítica, 2012) defiende que sufrimos estrés porque el diseño de nuestro organismo no ha evolucionado al ritmo de nuestra forma de vida. Desde esta perspectiva darwiniana del problema, explica sus causas, sus implicaciones y ofrece posibles remedios.
P ¿El estrés es un problema de adaptación?
R Nosotros somos paleolíticos, cromañones. En los últimos 200.000 años nuestro genoma apenas ha cambiado y nuestro diseño evolutivo está configurado para la alimentación, el estilo de vida, etc. de entonces. En el encontronazo con la forma de vida de las sociedades opulentas y desarrolladas surge la enfermedad.
P ¿El resto de los seres vivos no lo sufren?
R El estrés es la reacción del organismo contra una amenaza, la que sea, para la supervivencia. En condiciones naturales siempre dura un instante, porque el animal que sufre el ataque muere o se salva. Y a los paleolíticos les pasaba lo mismo. Sólo hay una situación de estrés persistente en las sociedades jerarquizadas, como las de los monos, cuyo macho dominante está fastidiando a todos los demás siempre que puede.
P ¿Luego el problema es la repetición?
R Sí, ese oficinista al que el jefe le echa todos los días una bronca que le desencadena toda la reacción de estrés y tiene que quedarse sentado.
P ¿Se refiere a una reacción fisiológica?
R Sí, en las principales formas de estrés la respuesta siempre exige contracción muscular. Los animales la necesitan para huir, para luchar, o para hacerse el muerto. Una liebre acosada por los perros se agazapa en tensión, una bacteria agita el flagelo para huir. Un cromañón atacado por un león salía corriendo y se le producía una descarga de neurotransmisores, de metabolitos.
Al oficinista se le produce la misma reacción que al cromañón, pero no puede saltar a morderle la yugular al jefe, que a lo mejor es lo que le está pidiendo su fisiología, ni salir corriendo, ni, por supuesto, hacerse el muerto. Tiene que quedarse allí y toda esa energía liberada (catecolaminas, cortisol, ácidos grasos, que se movilizan para que el músculo tenga energía para moverse) se queda horas circulando en sangre y se va pegando a las arterias, afectándole al metabolismo celular, etc.
P ¿Y provoca un daño a la larga?
R Muchos daños, que están muy bien estudiados. Uno de los más impresionantes es que el estrés envejece, y ha sido corroborado por la psicóloga genética Elissa Epel. Comparó grupo de madres que tenían que cuidar a hijos enfermos de cáncer, que es la situación más estresante que pueda haber, con mujeres con las mismas características, pero sin ese problema. Entre otras cosas, les midió los niveles de telomerasa, que impide que se estropeen los cromosomas y mantiene la célula viva. Las mujeres estresadas tenían la mitad que las no estresadas.
Esto es importante porque hasta hace poco casi sólo se consideraba el aspecto psicológico, pero el bloque central del estrés tiene consecuencias somáticas: produce cáncer, problemas cardio-circulatorios, envejecimiento y demencia.
P ¿La intensidad de la respuesta ante una amenaza varía de una persona a otra?
R Hay gente que claudica enseguida ante la menor contrariedad y otros lo llevan estupendamente y esa predisposición depende de dos factores: las características genéticas que van a facultar al individuo para que se defienda mejor o peor y los antecedentes personales psicológicos, incluidos los de la niñez. Por ejemplo, se sabe que problemas afectivos en la niñez (maltrato, abandono, etc.) aumentan la susceptibilidad al daño del estrés en la vida adulta.
P ¿Por qué más se caracteriza el estrés de nuestra sociedad?
R Pues en que existen varios tipos. Hasta ahora hemos hablado de la amenaza (un camión que se nos echa encima, etc.) que afecta a la supervivencia del organismo entero, que yo llamo estrés pantostático y requiere una respuesta global del organismo. Pero hay otras amenazas que no padecían nuestros antecesores y que van contra la composición de nuestro medio interno. P.ej. nuestros líquidos internos tienen que mantener la concentración de sal en límites muy estrechos. Si nos excedemos en el consumo, nos salimos de ellos y nuestra supervivencia se ve amenazada.
Mi organismo reacciona con un estrés que se llama homeostático y libera una serie de hormonas que hace que estemos toda la noche bebiendo agua para intentar diluir el exceso de sal que hemos tomado.
Si es puntual, el exceso de sal se recupera bebiendo agua y no ha pasado nada. Pero una persona que está todos los días abusando de la sal, forzando a su organismo a liberar hormonas para combatir ese estrés salino, eso al final le daña y le produce hipertensión. Puede ser un estrés de dulces, que altera la glucemia, y al final tiene diabetes, o un estrés de alimentos ricos en ácido úrico, que producen una gota. Ese es un estrés homeostático que en la sociedad en la que vivimos es importantísimo, y ese no lo trata nadie. Y uno se defiende exactamente igual, solo que con otras hormonas diferentes, que cuando le va a atropellar un camión.
P ¿Existe también una descompensación respecto a la energía que debería gastar nuestro cuerpo y la que usamos en realidad?
R Ese es otro problema. Nosotros producimos grasa a partir de azúcar con una eficacia tremenda y deberíamos gastarla con el ejercicio. Al no hacerlo todos los días, padecemos una enfermedad carencial: el sedentarismo.
No existe ningún animal que viva en condiciones naturales y que consiga introducir las calorías de los alimentos dentro de su organismo sin haber pagado previamente un precio de gasto muscular para conseguirlo. Es imposible. Los únicos que nos podemos atracar de calorías sin mover ni un músculo somos el ser humano de las sociedades opulentas y los animales de granja y las mascotas que viven en nuestro entorno. Y todos estamos obesos.
P ¿Qué podemos hacer para evitar el estrés?
R Un problema grave nuestro cerebro constituye un arma poderosísima, pero de doble filo. A la gacela atacada por la leona, sólo le queda un pequeño reflejo de cuidado al acercarse a la charca, pero jamás se reúne con el resto de gacelas para decir: “si vierais el susto que me ha dado una leona…” y comentar el asunto. Eso sí lo hacemos los humanos. El oficinista cuenta a su mujer el episodio diario con el jefe y lo recuerda antes de dormirse, en ambos casos vuelve a rememorar, liberar y acumular sustancias que le dañan.
Por eso, hay tres flancos por los que se puede luchar con el estrés.
P ¿Y son?
R El primero es evitar las situaciones de estrés. Si no es posible, hay que intentar aplacar la liberación de mediadores (adrenalina y las otras sustancias) y para eso hay tres técnicas documentadas científicamente de forma impecable: el control de la respiración, la relajación muscular y la meditación. Si se aplican tras el estímulo (si el oficinista se relaja tras la marcha del jefe) cuando el jefe se ha marchado) liberaremos menos de la mitad de neurotransmisores.
P ¿Y cuando eso no es posible?
R Tenemos la opción de quemar la energía liberada haciendo ejercicio más tarde: correr, jugar al pádel, gritando, e incluso lo que está ahora de moda: ir a un lugar cerrado con un coche de desguace, donde te dan un bate de béisbol, un mono y un casco con protección para destrozarlo.
P ¿Eso funciona?
R Sí. Incluso existe la vacuna contra el estrés, algo que practican muchas grandes empresas con sus ejecutivos. Los llevan a hacer puenting, barranquismo, a orientarse solos de noche en un bosque.
Pasan miedo, pero es un miedo controlado. Esas situaciones de estrés y amenaza enseñan a tu organismo a controlar la situación.
P ¿Y cómo enfrentarse a las malas pasadas del cerebro?
R El último mecanismo consiste en entrenarlo con técnicas conductuales y cognitivas. Sobre todo hay que la resiliencia. Hacernos más elásticos y resistentes para resistir la tensión a que nos somete la vida. Además hay muchos estudios que consideran importante fomentar aspectos de espiritualidad, de la religión (el que sea religioso), de comunicación, …
Me estoy acordando de un dicho que resume perfectamente todo lo que estoy diciendo: “Mucho trato, poco plato, y gasta la suela de tus zapatos”. Es antiquísimo y es una receta perfecta.
Pilar Gil Villar