Si cayera en nuestras manos una novela titulada El depredador del Pacífico, pensaríamos inmediatamente que vamos a leer una historia de terror en la línea de Tiburón. Pero si lo que tenemos en nuestro poder es una obra titulada El viejo y el mar, no quedaría la menor duda de que estamos ante un clásico de la literatura del siglo XX. Lo que casi nadie sabe es que Ernest Hemingway estuvo a punto de colocarle a su libro el primer título mencionado. ¿Qué habría ocurrido si llega a hacerlo? Pues que hubiese atraído a muchísimos lectores que se sentirían decepcionados al no encontrar el cuento de horror que imaginaban y que habría ahuyentado a otros muchos que no esperarían hallar entre sus páginas un relato tan cargado de emoción y humanidad. Vamos, que puede que incluso ni hubiese ganado el Premio Nobel. Porque titular es todo un arte y encontrar el nombre ideal para un libro, una película o una canción supone darle a la obra muchos puntos para obtener un pasaporte a la inmortalidad. En cambio, un título desafortunado o ridículo puede hacer que una creación magnífica caiga en el olvido. El propio Hemingway lo sabía muy bien y contaba que cada vez que terminaba un libro, escribía en un papel cien posibles títulos y luego iba quitando los que menos le gustaban. “La mayoría de las veces acabo tachándolos todos”, reconocía el legendario escritor.
Redacción QUO
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