Que levante la mano quien no haya pensado al menos en alguna ocasión: “Ese crío se merece un buen par de cachetes”. Pues hay que empezar a “cambiar el chip” porque, según un nuevo estudio realizado por la Universidad de Michigan (y publicado en la revista Journal of Family Psychology), tiene un efecto contrario al deseado.
Lo que buscan la mayoría de los padres al dar un cachete a su retoño es que el pequeño aprenda a comportarse mejor. Pero, según se deduce de este estudio, el remedio puede ser peor que la enfermedad, ya que el castigo físico provoca efectos indeseados en quien lo recibe.
A corto plazo, en muchos casos los niños acaban haciendo lo contrario de lo que sus padres desean, en un gesto de rebeldía ante el castigo recibido. Pero es que, además los investigadores han comprobado que las personas que de niño sufrieron castigos físicos (aunque fueran leves), mostraban una cierta propensión (mayor cuanto más duros era los castigos) a los comportamientos antisociales y a sufrir ciertos trastornos mentales.
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Vicente Fernández López