O la actualidad informativa se nos está yendo de las manos o hay algo raro en el ambiente que está provocando que todos los monstruos renazcan a la vez. En menos de un mes hemos visto cómo el chupacabras se iba a veranear a Portugal, cómo 76 de 77 científicos se han visto obligados a declarar (otra vez) que los chemtrails no existen (el 77 estaba de vacaciones mentales) o cómo el cine relanzaba de nuevo la mítica figura del Big Foot.

Pero, ¿cómo es posible que a día de hoy haya gente que siga creyendo en la existencia de estos seres? Múltiples investigaciones han tratado de averiguar qué lleva a personas racionales a dejar hueco a teorías tan irracionales en su mente. Dos de los últimos en intentar hacerlo han sido Andre Spicer y Mats Alvesson, que en su libro La paradoja de la estupidez abordan la psicología qué hay detrás de las teorías conspirativas de todo tipo.

Aunque ellos se apoyan en el marco de las corporaciones, los resultados pueden ser extrapolados a cualquier grupo social. Para los autores, los seres humanos no nos rompemos mucho la cabeza a la hora de formarnos una opinión sobre algo. Lo hacemos de una forma instantánea, dejando un amplio margen al sesgo o al error. Según explicaba Andre Spicer en The Conversation, una vez nos hemos formado una idea sobre un tema «empezamos el complejo proceso de tratar de formar un argumento sobre nuestra postura para probar que tenemos razón». Es el momento en el que buscamos noticias o declaraciones de otros que apoyen nuestra posición al respecto. «Preferimos cambiar los hechos a nuestras creencias«, explica el autor.

Y lo ‘peor’ es que Internet es un caldo de cultivo perfecto para esta teoría. Un lugar donde los conspiranoicos se sienten comprendidos por otros que temen que nos rocíen veneno desde el cielo. De esa forma, el número de personas que creen en estas teorías y buscan información para reforzar la opinión que ya tienen, siempre encuentran algo que les demuestre que tienen razón. Posiblemente este sea el verano más extraño de la década, pero no sería extraño que el próximo sea mucho peor. Al tiempo.

Redacción QUO