Que no lo soy

Lo de llorar juntos en la calle, y sobre todo ante otro varón, adquiriría un cariz muy distinto. Y conjuraría el peor de los temores tradicionales que, según todos los expertos consultados, puede ceñirse sobre dos amigos heterosexuales: ser confundidos con gays. Al fin y al cabo, “la masculinidad tiene una definición inversa: consiste en no tener caracterísicas femeninas”; Miguel Ángel Arconada, profesor y formador en Masculinidades Igualitarias, dibuja con estas palabras una de las bases latentes en las relaciones entre hombres, y destaca que: “Es el grupo de iguales el que otorga a un chico el certificado de masculinidad, una vez que la ha demostrado ante ellos”.

Las fases de esa ITV se articulan en la adolescencia como una serie de rituales que pueden variar en las formas, pero conservan contenidos ancestrales. “El consumo de alcohol o drogas, la conducción temeraria o cierta pequeña delincuencia tienen que ver con patrones de riesgo y agresividad”, explica Arconada, y añade como prioridad dejar claro que se está en esta acera, incluso haciendo gala de una promiscuidad que le confiere superioridad respecto a la mujer: “El descrédito más absoluto es que tu chica te ponga los cuernos”, advierte.

Lo que yo te diga

Esa superioridad también se ha reflejado tradicionalmente en el uso del lenguaje. De Gregorio precisa que durante mucho tiempo: “El hombre ha tendido a interrumpir a la mujer al hablar y a determinar los temas, mientras que en las conversaciones solo masculinas se respetaban los turnos de palabra y los contenidos de otros”.

De igual modo, el típico “qué cabron, el hijoputa” como culmen del halago al colega no es más que una expresión de solidaridad que deja claro el dominio del hablante, aunque sienta cariño (solo cariño, ¿eh?) por otra persona de su mismo sexo. Esos halagos jamás se referirán al aspecto físico, sino “a pertenencias o proezas, incluso sexuales” indica el profesor de filología de la Universidad de Castilla-La Mancha. El mismo contenido funciona a la hora de cotillear. Porque, sí, los hombres cotillean. De Gregorio explica que: “Con el cotilleo se trata de crear una sensación de grupo al excluir a las personas de las que se habla”, y los temas que proporcionan esa cohesión a los hombres son acusar los rasgos homosexuales de otros y criticar aspectos relacionados con la imagen pública, como pertenencias o capacidades: el coche, el ascenso, la destreza en la caza…

Vaya lío

En las últimas décadas se aprecia un cambio en la masculinidad que afecta a la camaradería. Entre los más jóvenes comienzan a verse prácticas como charlar del aspecto físico o intercambiarse ropa, “pero solo las prendas que no tocan el cuerpo”, matiza Arconada, y recuerda que: “El cambio masculino ha sido in­ducido por las mujeres, no por un autoanálisis”. Por eso da lugar a manifestaciones contradictorias y aún confusas.
El bromance es una de ellas. De hecho, el reality de la MTV del mismo título se centra precisamente en definir sus reglas.

Para Richard Kimmel, esta moda refleja “la necesidad de relaciones estrechas entre varones. Si nos conduce a un mensaje que las presente como más importantes que la relación con la mujer, tendremos una tendencia reaccionaria”, opina. Pero considera que si ayuda a los hombres a desarrollarse y mejorar la interacción de los dos sexos “el resultado será progresista”. Como rasgo esperanzador, en los últimos 5 años sus estudiantes responden a la pregunta de quién es mejor amigo con: un hombre y una mujer.

Pilar Gil Villar