Hay quien presagia que el casamiento entre androides y humanos está a la vuelta de la esquina. En su libro Amor y sexo con robots, el científico británico David Levy fantasea con esta hipótesis y habla de amantes capaces de satisfacernos sexual y emocionalmente. Incluso de excitarse ellos mismos. Podrán ser programados para compartir idénticos gustos y corresponder cuando otra persona lo desea.
Levy se ha atrevido a poner fecha y lugar del enlace: Massachusetts, 2050. ¿Razones? Su tolerancia legislativa y unos centros de investigación tecnológica pioneros. La idea no deja de ser descabellada, y de hecho, quienes conocen a Levy comparan una conversación con él con consumo de unas hierbas alucinógenas.
En 2005, el coreano Kim Jong Hwan, director del ITRC (Intelligent Robot Research Centre), desarrolló cromosomas artificiales que, según él, dotarán a los robots de lujuria, y un software, a modo de ADN, capaz de darles sentimiento, raciocinio y deseo, con patrones de comportamiento que deberán ir aprendiendo.
Uno de los prototipos de androide sexual mejor conseguidos es Andy, creado por el ingeniero alemán Michael Harriman. Entre sus destrezas; practicar la felación con intensidad regulable y variar su temperatura corporal.
Otro ejemplo son las muñecas sexuales. Con medidas perfectas, besan como ángeles, se excitan y simulan una respiración agitada. En Japón, alguna ya ha protagonizado las páginas de sucesos.
Redacción QUO
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