Año 2020. En la guardería de tu hijo ha llegado el momento de realizar el escáner cerebral obligatorio de los tres años, anterior a la vacuna del sarampión. Es el estudio más temido por todos los padres: entre sus diagnósticos figura la posibilidad de que tu pequeño retoño crezca para convertirse en un psicópata, responsables del 65% de los asesinatos.

¿Parvulitos entre rejas?
La escena parece de ciencia ficción, pero puede ser más actual de lo que piensas. Adrian Raine, criminólogo de la Universidad de Pensilvania, realizó un estudio sobre 1.795 personas entre 3 y 29 años que comenzó en 1960 y terminó 30 años después. En él, Raine analizó el cerebro de los voluntarios y descubrió notorias diferencias en el de los pequeños que luego se convertirían en criminales.
Los avances en tecnología de imagen cerebral han dado a luz nuevas disciplinas como el neuromarketing. Ahora nace la neuroley, una rama capaz de demostrar culpabilidad, voluntad y señalar futuras conductas criminales que ya ha entrado en los tribunales del mundo.

¿Son infalibles estas tecnologías?
Este tipo de pruebas, ¿están suficientemente contrastadas para servir como prueba en un juicio? Para admitir el uso de nuevas tecnologías en los tribunales se recurre a dos reglas. La doctrina Frye determina que si la comunidad científica lo ha aprobado, se puede usar. Por otro lado, la regla Daubert señala que si la tecnología no es manipulable, los jueces deciden si lo aceptan o no. Puede que la BEOS cumpla la segunda, pero el entorno científico no ha verificado la primera. El Dr. Peter Rosenfeld, neurocientífico de la Universidad Northwestern, asegura refiriéndose a este caso que: “Las tecnologías que no han sido seriamente revisadas o replicadas independientemente no son, en mi opinión, creíbles”.

Veredicto: a falta de estudios conlcuyentes, el BEOS no debería ser una técnica aprobada aún.

Si el cerebro de un asesino está estructurado para cometer un crimen, la defensa puede argumentar que no tiene la culpa, que nació así. Y la acusación, con idéntico razonamiento, podría señalar que debería ser apartado de la sociedad. Ante este dilema, las neurociencias tienen una respuesta: “Nadie es responsable de nada”, afirma Manuel Martín Loeches, psicobiólogo de la Universidad Complutense de Madrid. “Creemos que somos libres, pero la neurociencia indica que esto es falso y se está metiendo en las leyes para que se vea que no hay un individuo responsable, sino un cerebro que condiciona la conducta. Y si este comete un crimen, debe ser encerrado”.

Veredicto: el fMRI sí ha sido aprobado por la comunidad científica, pero…

Si comparamos con las pruebas genéticas, estas han irrumpido con autoridad en los tribunales por una sencilla razón: su base de datos es enorme y fiable en términos estadísticos. Aún no ocurre esto con las neurociencias. Independientemente de la sentencia, cuando se juzga a Albertani, su cerebro se compara con el de 10 mujeres. Algunas ni siquiera de su misma edad.

Veredicto: se necesita una extensa base de datos de cerebros analizados con fMRI para que las estadísticas sean fiables. “Un universo comparativo tan pequeño”, señala Barbara Bottalico, abogada miembro del Centro Europeo de Leyes, Ciencias y Nuevas Tecnologías (ECLST), “no debería ser contemplado en un juicio. Estadísticamente, no resulta válido. ” “La tecnología es fiable”, puntualiza Loeches, “pero se necesitan más estudios para considerar fiables los resultados comparativos. No puedes diagnosticar a alguien si no has evaluado por lo menos a mil personas. Hay muchos estudios para introducir las fMRI en las leyes. Movimientos en Alemania, Francia, Italia…”

SUFRO MUCHO
La neuroley no solo actuará en los casos de violencia; también en nuestro entorno más cotidiano. Por ejemplo, para demostrar incapacidad o dolores que te impiden ir a trabajar. “A los abogados”, explica Bottalico, “se les hacía muy difícil demostrar cuánto sufrían sus clientes al no existir un sistema de evaluación objetivo. Las pruebas obtenidas a través de fMRI permiten cuantificar el dolor”. Esta tecnología también posibilitará determinar otros trastornos alegados en juicios, “como desórdenes de ansiedad al detectar biomarcadores de, por ejemplo, estrés postraumático”, agrega Bottalico. Por si no bastara con esto, la neuroley también tiene planeado arremeter contra los testigos y sus memorias. “La ciencia”, concluye Loeches, “puede ayudar a señalar que ciertos elementos que siempre se han utilizado en los juicios hay que usarlos en términos relativos; los testimonios, por ejemplo. Hasta hace poco, la justicia era ajena a la ciencia, y cuando se identificaba a un testigo, era inequívoco. En nuestros recuerdos, que son construcciones actuales, podemos equivocarnos en un 70 u 80%. Gracias a la ciencia, en la justicia se puede llegar a una conclusión más sólida”.

Año 2021. Tu hijo ha sido diagnosticado como posible psicótico. Los neurocientíficos contemplan una serie de tratamientos para reconfigurar su cerebro y que sea un miembro apto para vivir en sociedad. Tú, ¿qué harías?

El culpable está en tus neuronas

En 2009, el caso de Brian Dugan se hizo famoso porque por primera vez se presentaron imágenes de resonancia magnética funcional (fMRI) en un juicio. Dugan, condenado previamente por la violación y el asesinato de dos mujeres, cumplía condena en la cárcel cuando se encontraron evidencias que le relacionaban con un nuevo crimen. Por eso, el fiscal solicitó la pena de muerte. Su defensor, el abogado Steve Greenberg, utilizó fMRI para demostrar que Dugan nació con un trastorno mental, psicopatía, que le impedía controlar su conducta. En las imágenes se pudo verificar que Dugan tenía las mismas anormalidades en el cerebro que se habían detectado en otros psicópatas. Aun así, se le condenó a pena de muerte, pero su caso se convirtió en pionero en el mundo.

Stefania Albertani

Otro caso que también llegó a los titulares de los periódicos es el de la italiana Stefania Albertani. El mismo año que fue juzgado Dugan, Albertani entró en los tribunales acusada de intentar asesinar a sus padres y quemar viva a su hermana. En el juicio se alegó un desorden mental, y para demostrarlo se comparó su cerebro con el de 10 mujeres sin antecedentes de trastornos. De acuerdo con las imágenes obtenidas, el volumen de materia gris de Albertani era diferente en el giro anterior cingulado y la ínsula. Cambios en estas regiones están relacionados con inhibiciones para distinguir verdad y mentira, y con comportamientos agresivos. Debido a estas pruebas, la sentencia fue reducida de cadena perpetua a 20 años.