En la última década, los países árabes exportadores de petróleo se han caracterizado por llevar a cabo megaproyectos arquitectónicos que han elevado la categoría de edificios icónicos a obras monumentales. Grandes arquitectos como el inglés Tom Wright, con su “edificio vela” (Burj el Arab) en Dubái, y Frank Gehry, con el Guggenheim en Abu Dabi, son algunos ejemplos. Pero los tiempos cambian. Por un lado, el cambio climático ha promovido un interés hacia las fuentes de energía alternativas, cada vez más lejos del oro negro.

Estas nuevas estructuras flotantes de 400 metros de largo son más pesadas que el Empire State

Por otro, la recesión económica en Europa y Estados Unidos, el crecimiento chino por debajo de lo esperado y una producción de crudo en el golfo que no ha descendido, han obligado a muchos a buscar opciones más económicas y originales a la hora de cambiar el paisaje de esta región. Así nace el proyecto Black Gold (Oro Negro), una iniciativa del estudio holandés Chris Collaris que pretende dar una nueva vida a los buques petroleros que han sido jubilados. “La mayor preocupación en el terreno de la nueva cultura arquitectónica del área del Golfo”, explica Collaris, “puede ser descrita como una sobredosis de edificios pretenciosos. Al cambiar la función de los megabuques petroleros y convertirlos en una altenativa sostenible y funcional anclada en las orillas, estos barcos pueden ser los nuevos iconos del sur del golfo Pérsico”. Los últimos pasos de estas inmensas estructuras flotantes, que sobrepasan los 400 metros de largo, son el aniquilamiento de su esqueleto y su conversión en chatarra. La tarea se realiza en países del Sudeste de Asia, como Bangladesh, y es considerada una de las profesiones más peligrosas del mundo por las condiciones en las que se realiza: enormes piezas de metal se manipulan sin maquinaria, los trabajadores no tienen equipos de seguridad y los restos de las naves contienen contaminantes que no son tratados adecuadamente. El proyecto Black Gold busca darle una nueva vida a estos viejos lobos de mar aprovechando sus características únicas.

El primer paso es anclar los buques cerca de la orilla, para que comiencen a formar parte del paisaje. Una de las grandes ventajas de estos navíos es que su estructura interna es completamente abierta y diáfana. A su longitud se une la altura, similar a un edificio de más de 10 plantas y un ancho de unos 60 metros. Collaris planea utilizar este espacio para crear museos y exhibiciones. Las dobles paredes de acero permiten un aislamiento climático sostenible que no requiere grandes gastos para enfrentarse al calor. La altura, según Collaris, sería ideal para ubicar un hotel de lujo o una zona de residentes habituales que vivirían “a bordo de la ciudad y sumergidos en el mar”, con grandes ventanales mirando directamente al agua.

Con las reformas adecuadas, la vieja nave podría adaptarse en términos acústicos para ser una sala de conciertos multitudinaria, un centro de convenciones y hasta un espacio multidisciplinar estructurado en diferentes módulos móviles que, gracias a su flexibilidad, se adapta a cualquier uso. El proyecto busca convertir los antiguos patitos feos y contaminantes de la era del petróleo en cisnes que resurjan con una nueva vida más ecológica, y que se conviertan en un atractivo de arquitectura local.

Un Leviatán verde

Aunque la readaptación de estos buques persigue una solución ecológica, los primeros planos no contemplan la presencia de árboles  en el exterior.

Sección longitudinal

Dado el tamaño de estos gigantes del mar, casi 500 metros de largo y hasta 70 de altura, su interior puede albergar viviendas, museos, centros comerciales, oficinas del gobierno… La estabilidad de los mares del golfo garantiza la seguridad de los barcos anclados.

Nuevo comienzo

Los buques petroleros pueden llegar a pesar hasta 500.000 toneladas.
El objetivo es convertir estas estructuras, más grandes y pesadas que el Empire State, en un recurso diferente y sostenible, para las ciudades.

Vida a bordo

El buque tendría una enorme piscina de cristal con fondo transparente y varias zonas de paseo alrededor de la cubierta. Dos pasarelas permiten el acceso desde tierra.

Así en el mar…

Como en la tierra, parece ser el lema del proyecto Black Gold. Sus espacios abiertos hacen sentir a los visitantes como si estuvieran navegando, gracias a sus horizontes infinitos.