Acostumbrados como estamos a ver libros coloridos desde nuestra infancia, quizás no te hayas preguntado cómo se las apañaban nuestros antepasados de hace unos cuantos siglos para ilustrar sus textos y dibujos en color. Por si sientes curiosidad, Pixartprinting ha creado una divertida y colorida web donde narra la historia del color a través de determinados momentos históricos y personajes muy curiosos de manera interactiva.

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Colorear a mano

Las hojas impresas con los personajes tenían que ser coloreadas a mano, lo que doblaba el precio. Las técnicas de impresión existían desde hacía dos milenios, pero eran sobre todo monocromáticas. Era difícil imprimir el color en múltiples copias, y resultaba más sencillo aplicar el color a mano.

Ya era así en las imágenes de santos y dioses que se consideran los primeros objetos impresos de gran difusión. Las páginas con caracteres rojos y negros eran la cosa más coloreada que se podía sacar de una imprenta de tipos móviles, inventada por Johannes Gutenberg en el siglo XV. Sucesivamente, los artistas experimentaron con técnicas como el claroscuro o el grabado a media tinta, para intentar darle vida a sus imágenes impresas. Pero estas técnicas eran lentas y caras.

Sed de colores

Los lectores deseaban ver publicaciones con imágenes en vívidos colores de mapas y hallazgos. Era también la época del Romanticismo, que había vuelto a poner la Edad Media de moda: a los lectores les decepcionaba comparar sus monótonos libros impresos con los manuscritos iluminados de la Edad Media.

Pero las tintas coloreadas eran más caras y más difíciles de hacer que el negro. En 1852, mientras dibujaba el mapa de los condados ingleses, el matemático Francis Guthrie formuló el problema del coloreado de los mapas: ¿cuál era el número mínimo de colores necesarios para evitar que las zonas fronterizas tuvieran el mismo color? Este problema se convirtió en un auténtico reto con el tiempo. No fue hasta 1976 cuando se confirmó matemáticamente la respuesta: cuatro.

El papel de Newton

En el siglo XVII, el gigante de la ciencia Isaac Newton había descubierto que todos los colores son el resultado de la combinación de tres: verde, rojo y azul – los colores primarios. Pero esta idea no se puede aplicar directamente en la imprenta.

Los colores de una imagen impresa no son nada más que luz reflejada de esa misma imagen, pero los colores primarios descubiertos por Newton funcionan combinando luz directa: en el caso de la luz reflejada, las leyes ópticas son distintas. Pero en el siglo XVIII, el pintor alemán Jacob Christoph Le Blon empezó a jugar con la vieja idea de Newton.

Fue el primero en producir imágenes impresas coloreadas, sobreponiendo estratos sucesivos de colores (usó amarillo, rojo y azul). Esta técnica evolucionaría hacia el famoso sistema de los cuatro colores, usado aún hoy, con magenta, cian, amarillo y negro para añadir énfasis. Puede parecer algo sencillo, pero plantea al menos dos grandes retos. En primer lugar, la separación del color: la imagen debe ser dividida en los distintos estratos, lo que se hacía a ojo hasta finales del siglo XIX.

En segundo lugar, el registro: los distintos colores deben ser colocados en el papel en el lugar correcto, una tarea muy complicada en un tiempo en el cual se usaba papel mojado en la impresión, que se expandía por la humedad.

La explosión del color

En 1796, el inventor alemán Aloys Senefelder se sorprendió al notar que una pieza de piedra bávara que utilizaba como paleta para la pintura absorbía la tinta cuando estaba seca, pero la rechazaba cuando estaba húmeda. A partir de este hallazgo, se usaron esas piedras como “sellos” para imprimir en papel.

En 1837, el impresor francés Godefroy Engelmann dio un paso adelante, al pintar las piedras con distintas tintas e imprimirlas una tras otra en papel, para obtener imágenes coloreadas: había nacido la cromolitografía. Grandes piedras se utilizaban para hacer muchas copias en color de pinturas famosas, billetes de felicitación o de San Valentín, postales, etcétera. Pronto, las imágenes impresas en color entraron a formar parte de la vida diaria.

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